24.8.05

Cosas viejas (2002-2004)

JUEVES

Jueves. Un día de oro con la punta roma.

En canto vivo o paño duro, que la casa
estrecha entre los pectorales
abra una celosía al corazón.

Jueves. Un día de oro con la punta tonta.

Que el espolón del antebrazo marque
donde el pulgar quiso borrar.



MARTES

Martes. Navaja postergada.
Garganta parloteando sin catarro.

Cruje. Aviso de escoliosis.
Resuena la canción de la dispepsia.

Se hincha. Y pasa. Es miércoles:
seco, de puro calendario, el día.

No hubo coito, no, no hubo. El martes
es feliz, derrapado de cansancio.

Hubo coito que dice que no hubo.



VIERNES

El jueves separó, sí, la comida
con el ceceo de un cuchillo exacto.

Cierto. El almuerzo, atrás, el mediodía,
se entibian, dos sin hambre, diferidos.

Estas manos son hábiles, son torpes.
¿Qué es lo que pudo pasar al estómago?

Suena limpio: es cierto, y sosegado.
La epidermis recuerda aún la ducha.

Sí, son tibias, es así, sí que pudo.
Cubriera el asco algún placebo de la calma.



SÁBADO

Sábado es sábado, día de mella.

Tras la tarea cumplida florece
en grageas la planta del estómago.

Todo está hecho, sí, pero no evita
que el momento después haga su mengua.

Hay que medrar, parece. Sí que habría.

Con esa languidez floral, con ese
ardor del estar blando y detenido.

Todo está hecho, sí, bien que estaría.


MARTES
a Cleo, gato adorado, in memoriam.

Ya no habrá más el hueco tibio entre las sábanas:
que sea el paladar -ya no va a haber- el que se quede hueco.

El martes no debiera decir mucho.



DOMINGO

Domingo. Día de una abulia aséptica
que fuera por sí mismo recogiendo,
en terrones, con una sola mano.

Es tanta la desidia que parece
apilarse, anécdota en anécdota,
mojando el paladar con la garganta.

Hay que menguar, parece. Sí que habría.

Es elocuencia, sí. Puede sentirse
en el mentón un pasto milimétrico
medrando ascensional, a la mejilla.

Sube seco, el domingo: desfilando
a caballo, orgulloso en su insistencia,
mirándose feliz de tan incómodo.

Es elocuencia, sí. Sí que lo fuera.

Dispuesto en una pila de terrones
equivoca el azúcar por la piedra
y el agua almibarada por el barro.

Pasa, y se hincha. Es domingo, en tres copias:
mezclando tierra con azúcar y agua,
es elocuencia, sí, disuelta en ripio.



LUNES

Al lunes falta un lente de contacto
para ver bien o verse.

Al resto sobra nada. Queda el dejo
insulso de la barba en miniatura.

Habría que medrar y no se mengua
-el lunes se ve doble-;
habría que menguar y no se medra.

Es hora del trabajo. La sinapsis
quiere ver bien y verse.

Al resto falta poco. Sobra el nervio
que suba silencioso, si antes baja.

Corre con gusto, el lunes, con paciencia,
cambiándose tensión por insistencia.

Al lunes falta poco para verse.



MARTES

Y el cuerpo en el final se subordina,
pero no cesa. Es martes, sí, eso es un dato.
Así, no informa, ya: derrapa en negativo.
No es que no pueda verse al fin, es que no quiere.

Y el cuerpo al fin se determina a un centro.
Encuentra una conciencia exterior a los miembros.
Así, no esparce ya una piel difusa. Piensa.
No es que no quiera continuar, es que no puede.

Ni habría que menguar ni no se mengua.
Con furia que a otro lado apunta, el martes sigue
y encuentra a su silueta un poco timorata:
no es ganas de no ver, es no reconocerse.

El martes se revuelca en su aforismo.



JUEVES

A mitad de camino entre la célula y la idea
el jueves precipita su figura.

Habría que no ver pero se mira: el ojo ciego
es tubo, paladar, fisonomía: es cuenca laxa,
abrirse que se amolda en negativo en el espejo.

Mirándose hacia abajo hay un espejo de agua.
Mirando hacia adelante hay una placa de miembros.

A mitad de camino entre la piel y el paño vivo
el jueves precipita su resaca.

Habría que no oír pero se oye: un aforismo
se forma y se deshace en medio labio: es puro sueño,
una vivienda amplia, un horizonte muy delgado.

Un quicio celular, bien que sería un quicio.
Un paño el paladar, bien que sería un paño.

Simposio celular, tres veces jueves,
paladar a mitad de su camino en el vacío de la boca,
al jueves sobra un hueco para verse.


JUEVES

Sin que ya importe demasiado el modo
-si es clave de conciencia derramada en paño vivo,
al microscopio y múltiple, entrevista;
o es la forma de un centro que gobierne o mengüe-,
a mitad de camino entre el esquema y la materia
el jueves se figura su camino.

El codo estilográfico está quieto en su vía de gravilla;
se traban las falanges en su puesto, el pulgar.

Clavado en medio aire en piñón libre y movimiento a un lado
avanza liso, en sus patines de epidermis pura,
-a derrapar, a derrapar, se intuye el aforismo-,
el jueves no debiera pero dice.




MARTES
31 de diciembre.

Si un acontecimiento fuera un guante, este día dado vuelta
sería un guante dado vuelta.

Un saco amniótico que fue tejido del revés y luego abierto,
los miembros se dan vuelta, de adentro para adentro,
y van girándose hacia afuera como si fuera afuera.

Se mira ahí un metabolismo nuevo, divorciado del cuerpo.

Lejos, flameando en el mantel, la copa llena y el cubierto
ávido, puede hallarse, sí, al estómago
que guarda su dominio atrincherado en la vajilla.

No se entromete lo real, se trata de lo obsceno duplicado,
dispuesto su aforismo en negativo, en negativo.



LUNES

Si el lunes fuera un cuerpo dado vuelta,
sería un tubo dado vuelta, el lunes.

Sería paladar, fisonomía.

Mirándose hacia afuera y viendo adentro
hay una esponja de agua.

Es una fuente turbia, un filtro opaco, móvil.

Habría que mirar, y hay una mota
de polvo bajo un lente de contacto.



JUEVES

“Lleno de mí, sitiado en mi epidermis…”
- José Gorostiza, Muerte sin fin


Con el sabor del paladar impreso, y transportado
entre falange y vidrio,
se filtra un punto de agua, casi nada,
y cae de la boca, por la boca del vaso
hasta la orilla de la mesa.

Si fuera un vaso de agua la conciencia,
llena de sí, doblada en este jueves que congela
el líquido en el sólido,
y el agua en el pulgar, y el pulgar en el vidrio,
y el termómetro inquieto en su camino de membrana quieta,
sería, sí, una esponja el paladar,
un vaso hecho de caucho, recortado
para cubrir un plano, hecho una alfombra
plana para apoyar los pies que salen de la ducha.

De caucho el paladar, bien que sería caucho;
y tabla serigráfica, en la orilla
del vaso y sobre el dedo, sobreimpreso, el jueves.



VIERNES

A mitad de camino entre el talón y el parietal,
el viernes precipita su figura.

Un punto de agua, casi nada, cae,
del labio al pie y al caucho de la alfombra.

A derrapar, a derrapar, se escucha en otro lado.

Se escucha un aforismo, no se escucha.



DOMINGO

Domingo. Día de una abulia escéptica,
que fuera por sí mismo disponiendo
en unas pocas gotas.

Sin ganas de reconocerse, absorta
y diluida en una felpa hecha de goma blanda
-en vez de tierra y piedra-,
se escurre sin traspiés la vigilancia de los miembros.

Se ve una gota sola, no se mira.



MARTES
Sal., 1

Ahorcado del tobillo,
con la planta segura en los antípodas
de los cabales que otro bulbo rota en falso
el cuerpo se adelgaza haciendo un tubo solo,
haciendo un vientre fino de madera larga.

Es hora del trabajo. Como ocupa a la paja
que no es buena ni mala una ventisca demasiado débil,
y la agita en su sitio, el cráneo ausente
pendula irregular, su nervadura adelantando en otra parte;
y se hace un haz de nervio seco la conciencia agarrotada,
un haz de nervio múltiple, afilado, que se vuelve
del tallo a la raíz, de la raíz a la semilla y cesa
a mitad de camino,
porque no puede hacer su mella en otro suelo
si no es el que le dio el origen.

Es como un vaso de agua al lado de una fuente.

Es hora del trabajo: en otra parte,
igual que una corola sumergida en agua,
–el tallo alimentándose del medio equivocado–
un suelo vuelve a hacerse en el vaivén
de la columna vertebral que barre el polvo
debajo de la alfombra.



SÁBADO
This Extasie doth unperplex / (We said) and tells us what we love
- John Donne, “The Extasie”

Sesgadas hacia un lado para verse cada una al espejo
el tallo que les falta en su almohadón de vidrio y agua,
y unidas por un hilo que sutura el ojo al ojo
y el cáliz que les da descanso y flotación al que les da sustancia y forma,
una corola frente a otra, grávidas, se recuestan,
cada cual de la otra la mejor imagen
–casi como un pabilo frente a otro,
que al acercarse un mismo halo enhebren para hacer más alta lumbre­–;
y quedan suspendidas, dos veces pura copa
a una distancia conveniente,
como si a punto de salir se detuvieran para hacerse un gesto:

“Este paseo despabila
y dice qué quisiéramos querer;
llegamos a saber que éramos pura mezcla
y ahora que sabemos nos vuelven a mezclar:
lo que era escaso y pobre -color, tamaño y fuerza-
por un simple transplante se vuelve a duplicar.”



MIÉRCOLES

La casa es grande, el corazón encoge.

Y ya no queda nada por limpiar.