28.3.07

Imitar a Cristo (Ted Hughes)

Vos no querías imitar a Cristo. Aunque tu Dios
era papá y no creías en otro, vos no querías
imitar a Cristo. Por más que caminabas
en el amor de tu papá. Por más que contemplabas
como a una intrusa a tu mamá.
¿Qué tuvo ella que ver con vos,
salvo apartarte de tu padre?
Cuando la luna de sus grandes ojos
de párpados caídos
bajó casi hasta el suelo
prometiendo la tierra que veías,
vos viste tu destino, y le gritaste:
¡Aléjate de mí! Vos no querías
imitar a Cristo. Vos querías
estar con tu papá,
adonde fuera que estuviese. Tu cuerpo
te impidió pasar del otro lado. Y tu familia
que era carne de tu carne y sangre de tu sangre,
hizo las veces de barrera. Y cualquier Dios
que no fuera tu papá
era un dios falso. Pero vos
no querías imitar a Cristo.

25.3.07

Bajé dándote el brazo... (Eugenio Montale)

Bajé, dándote el brazo, un millón de escaleras por lo menos
y ahora que no estás queda el vacío en cada uno de los escalones.
Aun así fue breve nuestro largo viaje.
El mío continúa todavía, y ya no me hacen falta
conexiones, reservas,
subterfugios, esas humillaciones del que cree
que lo real es eso que se ve.

Un millón de escaleras bajé dándote el brazo,
y no porque quizá con cuatro ojos se pueda ver mejor.
Bajé con vos porque sabía que de nosotros dos,
las únicas pupilas verdaderas, por más nubladas que estuviesen,
eran las tuyas.

20.3.07

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9.3.07

Uno de Julián Herbert

DON JUAN DERROTADO



Todas mis mujeres quieren estar con otro.
Me abandonan por un adolescente,
alaban a su esposo mientras yo las estrecho,
se van con periodistas,
con autistas,
con rubios bien dotados, con guerreros
y cantantes venidos de ultramar.
Todas son bárbaras, histéricas,
infieles: me acarician
con el filo azorado de un puñal de lencería
y se lanzan a bailar en la inmunda taberna
montadas en los ácidos corceles del calor.

(Siempre bailan con otro:
mi vida es un gazapo entre las pausas de la orquesta.)

Yo las deseo entrecortadamente,
como un caimán imbécil y violento
que gusta de la presa aderezada con veneno.
Yo las deseo en las cornisas más esbeltas del amor.

Abismos sucesivos y dádivas perpetuas,
sus cuerpos se prolongan en mí hasta confundirse:
una compra cortinas,
ésta me pide que por favor la abofetee,
aquélla está sentada en un parque vacío,
la mirada perdida, comiéndose un helado.
Yo les muerdo los cuellos,
les palpo cada legua de la piel,
les hablo con la piedad de un epiléptico
que habla a sus pesadillas.
Ellas no duermen nunca: su único empeño
es la traición.

Celosas. Inconstantes.
Me arrojan de sus vidas como a un príncipe azul
que es echado de la fiesta de disfraces
con nada más que un vaso desechable en la mano.

Todas me engañan. Todas.

En sus brazos,
yendo de unos a otros brazos,
me siento como César, que miraba
–mientras ardían en su pecho los cuchillos–
algunos de los rostros que más amó.

1.3.07

Traductor invitado

C. E. FEILING TRADUCE A PERSIO

PRÓLOGO A LAS SÁTIRAS


Persio

Ni en la hípica fuente me hice gárgaras
ni hubo siesta, borracho, que en bicúspide
Parnaso yo pasara: ¿soy "poeta"?
Invoquen a las Nueve, beban agua
mineral de Pirene los que portan
hiedra en torno a las sienes; yo villano
al templo de los vates traigo un canto.
El loro, ¿cómo aprende a decir "Hola"?
¿Por qué intenta la urraca unas palabras?
El vientre es el maestro de su ingenio,
artífice en seguir voces negadas.
Y tú mismo, lector, si te pagaran,
que esos cuervos poetas y poetisas
dan néctar de Hipocrene jurarías.