29.9.08

Uno de Antonio Cisneros

ENTONCES EN LAS AGUAS DE CONCHÁN (VERANO 1978)



Entonces en las aguas de Conchán ancló una gran ballena.
Era azul cuando el cielo azulaba y negra con la niebla.
Y era azul.
Hay quien la vio venida desde el Norte (donde dicen que hay muchas).
Hay quien la vio venida desde el Sur (donde hiela y habitan los leones).
Otros dicen que solita brotó como los hongos o las hojas de ruda.
Quienes esto repiten son las gentes de Villa El Salvador,
pobres entre los pobres.
Creciendo todos tras las blancas colinas y en la arena:
Gentes como arenales en arenal.
(Sólo saben el mar cuando está bravo y se huele en el viento).
El viento que revuelve el lomo azul de la ballena muerta.
Islote de aluminio bajo el sol.
La que vino del Norte y del Sur
y solita brotó de las corrientes.
La gran ballena muerta.
Las autoridades temen por las aguas:
la peste azul entre las playas de Conchán.
La gran ballena muerta.
(Las autoridades protegen la salud del veraneante).
Muy pronto la ballena ha de pudrirse como un higo maduro en el verano.
La peste es, por decir,
40 reses pudriéndose en el mar
(ó 200 ovejas ó 1.000 perros).
Las autoridades no saben cómo huir de tanta carne muerta.
Los veraneantes se guardan de la peste que empieza en las malaguas de la arena mojada.
En los arenales de Villa El Salvador las gentes no reposan.
Sabido es por los pobres de los pobres
que atrás de las colinas flota una isla de carne aún sin dueño.
Y llegado el crepúsculo
no del océano sino del arenal
se afilan los mejores cuchillos de cocina y el hacha del maestro carnicero.
Así fueron armados los pocos nadadores de Villa El Salvador.
Y a medianoche luchaban con los pozos donde espuman las olas.
La gran ballena flotaba hermosa aún entre los tumbos helados.
Hermosa todavía.

Sea su carne destinada a 10.000 bocas.
Sea techo su piel de 100 moradas.
Sea su aceite luz para las noches
y todas las frituras del verano.

8.9.08

Separación (W.S. Merwin)

Me atravesó tu ausencia, como atraviesa un hilo
el ojo de una aguja. Y todo lo que hago
está cosido con ese mismo color.

3.9.08

Los ciegos (Charles Baudelaire)

Miralos, alma mía; son en verdad horrendos,
muñecos, parecieran; vagamente ridículos;
extraños y terribles, igual que los sonámbulos,
apuntan no sé a dónde sus tenebrosas órbitas.

Sus ojos que la chispa divina ha abandonado
aún se alzan al cielo, como si escrutaran
el horizonte; y nunca los vemos, soñadores,
inclinar la cabeza abrumada hacia el suelo.

Atraviesan así la negrura infinita,
hermana del silencio. ¡Oh ciudad! Mientras vos
cantás, reís, gritás, en torno de nosotros,

rendida ante el placer hasta la atrocidad,
yo me arrastro como ellos, pero más aturdido
me pregunto: ¿Qué buscan los ciegos en el Cielo?