27.3.09

Avance rápido (Joe Urbach)

Cuando alguien me contó que en el momento
en que creyó que iba a morir, su vida
entera desfiló frente a sus ojos
(le estaban apoyando una pistola
en la sien), yo pensé en las filmaciones
que a veces pasan en los casamientos,
donde vemos al novio a los dos años
bañándose desnudo en la pileta
de la cocina, o a los seis, vestido
de guardapolvo, al empezar las clases,
o a la novia en su fiesta de egresados
o recibiéndose de contadora;
como si fuera una secuencia lógica
que condujera irremediablemente
al desenlace conocido. Pero
si me pusiera a imaginar mi muerte,
no creo que los hitos de mi vida
pasen en sucesión por mi cabeza
en el momento previo; se me ocurre
que a lo sumo sería una seguidilla
de instantes compilados al azar
que compartieran una misma atmósfera
de desconcierto, confusión y tedio:
como una película extranjera,
de ésas sin trama y llenas de silencios,
puesta en avance rápido, de forma
que no se lean siquiera los subtítulos.

20.3.09

Aedh desea el Manto del Cielo (W.B. Yeats)

Si tuviera del cielo ese bordado manto,
urdido con luz de oro y con plateada luz,
con azul y con sombra y con el oscuro manto
de la noche y la luz y de la media luz,
colocaría el manto debajo de tus pies:
pero yo, que soy pobre, sólo tengo mis sueños;
mis sueños están puestos debajo de tus pies;
caminá con cuidado, pisás sobre mis sueños.

12.3.09

Un pacto (Ezra Loomis Pound)

Walt Whitman, quiero hacer con vos un pacto;
te detesté por suficiente tiempo.
Te vengo a ver como alguien que de chico
soportó a un padre muy cabeza dura;
ya tengo edad para reconciliarnos.
Fuiste vos quien cortó madera nueva,
y ahora es el momento de tallarla.
Compartimos la savia y la raíz:
que haya comercio ahora entre nosotros.

3.3.09

Las formas del amor (George Oppen)

Toda la noche adentro
del auto estacionado
en el medio del campo
hace ya tanto tiempo
vimos ante nosotros,
cuando salió la luna,
un lago. Yo me acuerdo

que salimos los dos
juntos de ese auto viejo.
Me acuerdo que estuvimos
parados, vos y yo,
ahí en el pasto blanco.
Que volvimos los dos,
a tientas, cuesta abajo,
bañados por el brillo
increíble de la luz,

preguntándonos si eso que veíamos
era un lago o la niebla,
y mientras la cabeza nos zumbaba
bajo el cielo estrellado,
fuimos hacia el lugar
en donde nos habríamos mojado
las puntas de los pies
si hubiera sido agua.