29.10.09

Hombres a la salida del trabajo (Dana Gioia)

A la salida del trabajo, están sentados solos en un bar
o en algún restaurante, ocupando una mesa o en la barra,
esperando el menú, o que les traigan agua,
o que venga la moza y les tome el pedido,
siempre por decir algo, casi sin apetito,
sabiendo que no hay nada en el menú que quieran,
esperando pacientes que les llenen
una vez más la taza con café, sorprendidos
de que ni su amargura los pueda despertar.
Igual la saborean, paladeando
la tibieza en la boca, este último sorbo de la noche.

26.10.09

Luz (Robin Myers)

"Yo creo que al final es todo luz; creo que es aire"
--Larry Levis



Yo creo que al final es todo luz. Pero no, finalmente,
porque sea algo hermoso o temporario, ni siquiera solemne. Una vez,

con un hombre del que estaba enamorada, fuimos al bosque a caminar y de repente se largó a llover.]
No estaba en nuestros planes. Pero igual le encantó; él era de Wyoming,

y estaba acostumbrado a amar aquellas cosas que el mundo decidía que podía manejar sin previo aviso].
Sacudía los árboles la lluvia. Convertía el sendero en un riachuelo, levantaba la tierra,

y a mí me parecía que jamás volvería a estar seca. Pero cuando llegamos hasta un risco]
y miramos abajo, en dirección al valle, vimos que el sol se abría paso a través de las nubes

que antes lo ocultaban: súbitamente, la tormenta era una tormenta de luz.
Se tiñó todo el valle de un naranja profundo, los árboles brillaban doblemente:

antes por el otoño, ahora por el sol. El hombre
contemplaba, asombrado, el barro reluciente ante nosotros.

Yo creo que al final es todo luz, pero no porque cambie lo que toca.
Yo creo que él creía que estar ahí

nos convertía a ambos en parte del paisaje –y me tocó la cara,
donde tenía lluvia todavía, y quizá algo de luz-; y también me parece que creía

que de algún modo éramos responsables, en el sentido, al menos, de que siempre
lo somos de las cosas que decidimos ver. Yo creo que al final es todo luz,

no, sin embargo, porque nos bendiga o nos borre: sentí, al bajar
por la ladera, una especie de incómoda ternura por el cuerpo

que tenía a mi lado, este hombre cuya mano había tocado mi piel,
como si de verdad todo esto se tratara de su mano y mi piel; cuyo amor por el mundo

siempre será más fuerte cada vez que pose la mirada sobre él y mire cómo el sol
resalta todo aquello que él sabe verdadero. Pasamos por al lado de un arroyo

salpicado por esquirlas de luz, como si fueran peces.
Vimos la luz filtrarse por el aire. Y así vimos el aire. Yo pienso que al final es todo luz, pero tan sólo]

porque no guarda relación alguna con nosotros, no nos puede ayudar,
tan sólo iluminarnos, de la misma manera en que ilumina una fila de árboles,

una ruta desierta, sábanas arrugadas al amanecer tras la partida del amante.
Pienso que todo es luz, porque nos encendemos y después nos apagamos,

luego nos encendemos otra vez, le demos importancia
o no a ese hecho. Porque no. No podemos.

22.10.09

En la tierra de Chandler (Dana Gioia)

California de noche. Un viento demoníaco,
el Santa Ana, sopla desde el este,
y atraviesa el cañón, rugiendo cual borracho
que armara un alboroto en algún bar.
El viento trae
perfume de colillas apagadas. Pero, ¿por qué quejarse?
Hace buen tiempo, mientras no respires.
Apoyate en los muebles manchados de sudor,
con la luz apagada, cerradas las ventanas
para evitar que entre la tormenta,
y decí tus plegarias.
Otra noche de insomnio:
cada arruga en las sábanas te raspa
como una gilette seca en la mejilla
quemada por el sol; el whisky más añejo
te quema la garganta como arena;
sin hacer ruido, en la cocina de su casa,
una mujer recorre el filo de un cuchillo con los dedos
mientras mira de reojo el cuello del marido. Yo le deseo suerte.

Se me ocurre esta noche que si acaso sacara las monedas
que tengo en el bolsillo y las tirara al aire
brillarían por un instante, detenidas,
como una red que se sumerge, lenta,
en las aguas oscuras.
Yo recuerdo
las luces de los autos estacionados en la playa,
esos delgados haces disolviéndose en la oscura
superficie del lago, las voces discutiendo
sobre los formularios, el crujir de la radio,
el cadáver cubierto que yacía en la arena,
con la red junto a él, aún húmeda. No,
no era hermosa, pero tenía la edad
en que la juventud es en sí misma bella:
“¿Cuida los intereses de sus clientes, Marlowe?”.

Sigue soplando sin cesar el viento. En la casa de al lado,
los perros captan un olor y aúllan.
Esbeltos y furiosos, con los ojos rojos por la tormenta,
manadas de coyotes bajan de las colinas,
en donde ya no hay nada que cazar.

19.10.09

Volar sobre las nubes (Dana Gioia)

No hay paisaje terrestre: sólo nubes,
pródigas nubes, vistas desde lo alto,
aún brillantes al llegar la noche.

Suaves valles tapados por la nieve,
cataratas de hielo y aire, no
blancura sino un sueño de blancura,
una inocencia que en la tierra sólo
se podría sentir por un instante,

al despertar al alba inesperada,
luego de una tormenta, una mañana
invernal, y encontrar las negras calles
inmaculadas bajo el sol, cubiertas
por carradas de nieve reluciente,
antes del primer pie o del primer auto.

Es extraño este mundo que no vieron
los antiguos jamás, y sin embargo
sus palabras nos vienen a la mente:
cumuli, cirrus, nimbus, esos nombres
mágicos que nos traen, todos juntos,
los elementos dispersos del aire.

Oh, paraíso tras la ventanilla,
lejos de nuestro alcance, nubiloso,
agitándose al viento. Delicado
mundo de aire delgado, irrespirable,
de un frío inconcebible.
Y una nada
donde se copian los deseos nuestros:
no de muerte, de tu olvido que fluye
de insustanciales albas y crepúsculos,
de tu blancura que se quema al sol.

El avión va al oeste y gana tiempo.
Cede la oscuridad. Más adelante
el cielo resplandece, despejado.

15.10.09

Las nubes se amontonan (Charles Simic)

Parecía ser el tipo de vida que queríamos.
Comíamos frutillas con crema a la mañana.
Entraba el sol en todas las habitaciones.
Paseábamos desnudos por la orilla del mar.

Sentíamos, sin embargo, algunas noches
incertidumbre por lo que pudiera suceder.
Igual que actores trágicos en un teatro en llamas,
con pájaros rondándonos en círculos,
extrañamente quietos los sombríos pinos
y cada piedra bajo nuestros pies roja por el crepúsculo.

Estábamos de vuelta en la terraza tomándonos un vino,
¿por qué siempre el atisbo de un final infeliz?
Unas nubes de aspecto casi humano
se iban amontonando sobre el horizonte;
el resto seguía siendo igual de hermoso:
soplaba suave el viento, el mar en calma.

Cae sobre nosotros de súbito la noche, sin estrellas.
Encendés una vela, y la llevás, desnuda,
a nuestra habitación y la apagás de pronto.
El pasto y los sombríos pinos extrañamente quietos.

12.10.09

Los conversadores (Sharon Olds)

Pasamos la semana entera conversando.
Habíamos nacido el mismo año y en el mismo hospital,
y teníamos tanto que contarnos
que no podíamos parar; de mañana, en el porche,
conversábamos, mientras yo me peinaba
y los pelitos que caían flotaban por el aire
bajando la colina, rumbo al valle.
Yendo a buscar el auto, conversábamos;
por encima del techo, suave y acampanado, seguíamos conversando
mientras abríamos la puerta;
después nos agachábamos y estábamos los dos, con medio cuerpo adentro,
conversando. Cuando nos encontrábamos en pleno día,
lo primero que hacíamos al vernos era abrir la boca.
Durante todo el día nos cantábamos la música
ambiente del lenguaje oral. Ni siquiera parábamos
para comer: le hablaba a través de los restos masticados
de una galletita, mientras lo salpicaba amablemente
con las migas. Hablábamos
mientras volvíamos al auto, y nos quedábamos parados,
conversando, uno de cada lado,
hasta que se vaciaba el estacionamiento,
y entonces nos poníamos a hablar de un tema nuevo con las manos agarradas
al techito marrón. De su mujer
demasiado no hablábamos, tampoco de mi esposo;
pero acerca de todo lo demás
le sacábamos chispas a la lengua;
mientras nos dábamos un baño de inmersión,
o al subir caminando por la calle empinada,
con los pies en el suelo caliente y polvoriento,
igual que si estuviéramos pisando los iones sobre un ala; y en la arena
el uno junto al otro, al darnos vuelta, aquellas mismas vueltas
que de haber sido el uno sobre el otro habrían sido
las vueltas del placer; y bajo el agua, incluso,
salían de nuestras bocas, encadenadas delicadamente
nuestras frases. Pero de noche, por lo general
casi toda la noche, conversábamos
hasta caer rendidos, como si, de detenernos un instante apenas,
irremediablemente hubiéramos tenido que ir el uno hacia el otro. Hoy me dijo
que sería capaz de conversar conmigo para siempre:
yo creo que es así la vida de los ángeles,
sentados uno frente al otro, inmersos
en la dicha de compartir un mismo espíritu. Dios mío,
nunca van a tocarse.

8.10.09

Un aviador irlandés anticipa su muerte (W. B. Yeats)

Sé que me encontraré con mi destino
en algún punto entre las altas nubes;
a quienes debo combatir no odio,
a quienes debo defender no amo;
mi patria chica está en Kiltartan Cross,
mis paisanos, los pobres de Kiltartan:
nada de lo que pase los podría
perjudicar o hacerlos más felices.
No me llevaron a luchar las leyes
ni el deber, ni tampoco los políticos,
ni los aplausos de las multitudes:
un solitario impulso de deleite
me trajo a este tumulto entre las nubes;
puse toda mi vida en la balanza:
un derroche de aliento el porvenir
y un derroche de aliento lo pasado;
mi vida y esta muerte, en equilibrio.

5.10.09

La migración nocturna (Louise Glück)

Ahora es el momento en que volvés a ver
la ceniza del monte con sus bayas rojas,
y en el cielo, ya oscuro,
la migración nocturna de las aves.

Me entristece pensar
que los que han muerto ya no podrán verlas;
esas cosas de las que dependemos
desaparecen.

¿Qué hará entonces el alma para encontrar consuelo?
Me repito a mí misma que quizá
ya no le hagan más falta estos placeres;
quizás alcance apenas con no ser,
por difícil que sea imaginarlo.

1.10.09

Las profundidades (Denise Levertov)

Cuando la niebla blanca se disipa,
se descubre el abismo de la luz
infinita. Las últimas hilachas
de niebla en los abetos
son copos de ceniza en el hogar del mundo.

El frío del océano es la contrapartida
de esta grandiosa hoguera. Dejando atrás el frío
abrasador del mar, entramos en un mar
de intenso mediodía. Sal sagrada
salpica nuestros cuerpos.

Una vez que la bruma nos envuelva de nuevo
en lana delicada, que el sabor de la sal nos recuerde las grandes
profundidades que hay en torno de nosotros.