29.3.10

Cuando las vacaciones se hayan terminado de una vez (Mark Strand)

Va a ser extraño darnos cuenta al fin
de que esto no podía continuar para siempre,
la voz confiada que nos repetía una y otra vez
que nada iba a cambiar,

y recordar, también,
puesto que para entonces todo habrá terminado,
lo que teníamos, la forma en que perdíamos el tiempo
como si no quedara otra cosa que hacer,

cuando, en un fogonazo, cambió el clima
y el aire altivo se volvió de pronto
insoportablemente denso, soplaba un viento mudo,
y las ciudades parecían de ceniza,

y saber, además,
lo que no sospechábamos, que era algo parecido al verano más augusto,
excepto que las noches eran más templadas,
y que las nubes daban la impresión de brillar,

y aun así,
porque no habremos cambiado demasiado,
preguntarnos qué habrá de ocurrir con las cosas,
y quién va a quedar para hacer todo de nuevo,

e intentar de algún modo,
aunque aún no podamos, descubrir
qué fue lo que salió tan mal, o la razón
de que estemos muriéndonos.

25.3.10

El hijo único (Chris Talbott)

Lo veo chapotear en el estanque
de la infancia, luchando por no hundirse
con flotadores en los brazos flacos;
de vacaciones con su madre, miro
cómo lee de un tirón una novela
en la cama, con sus anteojos gruesos,
mientras afuera brilla el sol y todos
los demás chicos juegan en el patio;
podría imaginármelo recluido
en su cuarto, escapando de la furia
de la madrastra joven; o en la escuela,
comprimiendo la panza en un intento
frustrado por atarse los cordones;
lo contemplo aturdido en la cocina
mientras, en algún lado, carretea
el avión que está a punto de llevarse
su niñez para siempre; lo descubro
precoz, temblando junto al río, mientras
aprende en medio de la noche helada
una gimnasia nueva en otro cuerpo;
vuelvo a encontrarlo sobre el pasto húmedo,
bajo la bruma blanda de las drogas,
borracho, parloteando sin parar,
fumando un cigarrillo tras de otro
con un único amigo; lo sorprendo
atormentado por el sexo, a solas
frente al amor y su atavismo, lúcido
en ser ingenuo sin saberlo; miro
cómo se abren sus músculos y crece
la flor de su estatura; cómo, mientras
se va cubriendo de deseo ajeno,
lo quema como un rayo silencioso
el suyo propio; en la universidad,
lo veo con la mano levantada
hacer una pregunta inconveniente;
lo miro convertirse, en poco tiempo,
en un novio serial, en el marido
más probable; lo encuentro con los ojos
abiertos, en la noche conyugal,
mirando las esquirlas de la luz
que pasan a través de la persiana
entrecerrada y flotan por el techo;
lo veo suspendido por el aire
en su asiento asignado, sin poder
dormir, con el estómago revuelto
por su futura decisión, y un vaso
de plástico en la mano; lo descubro
solo otra vez, perdido entre la música,
con los dientes cubiertos de cemento,
intentando aprender cómo se vive
de un fogonazo cegador a otro;
observo cómo flota entre lo frágil,
de espaldas, mansamente; lo contemplo
recluïdo en sí mismo, encaramado
al borde de su propia juventud.

22.3.10

Construir una ciudad apacible en la mente (Weldon Kees)

Construir una ciudad apacible en la mente:
un único deseo arrollador; construir
sin apurarse, porque hay demasiado viento,
tantas sonrisas ávidas que matar, obstrucciones
que podrían pasarse por alto en el apuro:
estructuras en ruinas que atestan el pasado,

un poco cada vez, mejor cuanto más lento,
gateando como por pasillos infinitos,
teniendo siempre claro que son muchas las puertas
que se abren para el huésped cautivo solamente
una vez.
A pesar de la culpa y la pérdida
y el huracán del tiempo, se puede construir.

Un refugio perpetuo, de árboles con sombra,
cuando otras ciudades mueren y se marchitan.

18.3.10

Supergrupos (Frank Shaughnessy)

La historia de lo nuestro me recuerda a esas bandas
de estrellas que se juntan para grabar un disco.
Les dicen “supergrupos”. Como Traveling Wilburys
(Roy Orbison, Bob Dylan, George Harrison, Tom Petty
y Jeff Lynne), que hacia fines de los años ochenta
grabaron en diez días el único LP
en que participaron todos sus integrantes.
Fue en el 88, para ser más precisos.
Pocos meses más tarde muere Orbison. La prensa
especuló, a su muerte, con la posible entrada
de Del Shannon al grupo. Su suicidio, que tuvo
lugar en el 90, impidió que el cantante
se sumara al proyecto. Ese año la banda
lanza un segundo disco: casi todos los temas
eran obra de Dylan; las críticas no fueron
demasiado entusiastas. La década siguiente
los discos de los Wilburys salieron de catálogo.
La muerte de George Harrison, que ocurrió en 2001,
dejó por siempre trunco un posible regreso.

15.3.10

Los embajadores (Weldon Kees)

Ni ojos. Ni luz. La mano helada e imperfecta
se aferra al lugar donde había un pasamanos,
o encuentra, eventualmente, la tersura de un muro.
Suda como una frente en la que un quiromántico
dijo haber entrevisto la salud de un turista;
pasa una negra página. Es ésta la manera
en que creemos que volvemos aprender.
Es ésta la manera en que aprendemos algo.
Sonrisa sin espejo en un punto definido
por un paisaje nítido, perfecto, de la mente,
que se enfoca un instante, luego se borronea,
y que probablemente no vuelva a verse claro.

Pasa una negra página… Vos aprendé la luz
del sol, si sos capaz: el fondo de la fosa
se arremolina en este silencio, y es oscuro,
es frío, es todos los lugares que no viste,
todo lo que los médicos no te dijeron nunca,
es frío, con el agua que corre a los costados.

Cadenas que se arrastran por la gravilla. Nada
queda, más que el deseo de ser lo que no sos,
de haber sido completamente malvado, o menos
malvado de lo que eras, de haber vuelto tal como
eras cuando te fuiste, antes de que empezaran
con los preparativos para esta oscuridad.
De que encuentren tus labios la forma de decir:
“Al menos era vida”. Por las veredas pasan
apurados los hombres sin piernas, sobre ruedas
o en patines; y aquello que saben les arruga
las flores de papel que hay cerca de sus sexos.

Una mañana cálida. Esto es parte del mundo.
Hay triunfos y derrotas que habría que volver
a distinguir. ¿Es todo? ¿Es ésta la manera
en que aprendemos algo? Así es como aprendemos.

11.3.10

La Ley Oculta (W. H. Auden)

La Ley Oculta en nada modifica
las leyes de la probabilidad,
pero acepta a los átomos y estrellas
y a los seres humanos como son,
y si mentimos no responde nada.

Es, en efecto, el único motivo
por la que los gobiernos no consiguen
codificarla; y las definiciones
verbales hieren esa Ley Oculta.

No trataría su paciencia enorme,
si buscamos la muerte, de impedírnoslo;
y si huimos de ella andando en auto,
o acaso la olvidamos en un bar,
de todas estas formas administra
la Ley Oculta su castigo justo.

8.3.10

Poema en vez de una carta (Weldon Kees)

Aferrado a la nada en un revuelo de hojas,
aquí en esta ciudad en ruinas, llena de humo,
pienso en vos, en la otra punta del continente,
probando tu sonrisa que maduró en catástrofe,
maravillosamente lista para la muerte ahora.

La raída promesa de nuestra herencia es hábito
ahora; ese otro año se convirtió en invierno
mientras que contemplábamos los fragmentos de un mundo
cayéndose a pedazos igual que un ramo ajado;
nos faltaba el olor, si bien supimos darle
un nombre a aquella época. Ahora conocemos
ese olor, me parece, hasta donde es posible.
E incluso mientras subo los peldaños, deseándote
suerte, llena los porches y las calles, y un viento
fétido sopla por tu habitación desierta.

No se puede saber qué vientos aun más fétidos
podrían soplar. El de esta noche sopla en la mente
y es falsa cada sílaba, y está marchita. Adiós,
adiós. A los extraños, a una calle vacía.

4.3.10

Los zurdos (Chris Talbott)

En el espejo, el uno frente al otro,
mutuamente se buscan la mano hábil;
escriben con los dedos en el aire
húmedo de la noche y miran fijo
mientras toman de a sorbos el licor
de la conciencia; afirman retractándose;
se pierden en el hilo del teléfono
y vuelven a encontrarse bajo el sol
de la mañana; juegan a esconderse
en lo inmediato y en lo oblicuo, cerca
del corazón salvaje; escuchan, sorda,
la música del cuerpo; el desapego
los encuentra de vuelta en el hogar;
cae la tarde; en sus habitaciones,
con una escoba intentan el rescate
de una libélula que zumba inquieta,
pegada al cielorraso; se sumergen
en un hondo silencio y se refugian
en la labor de músculos y espíritu;
mudos, conversan por telepatía
cuando avanza la noche sobre el campo,
antes de la tormenta; un rayo cae
cerca de ahí y los deja detenidos
en un instante luminoso, mientras
sopla un viento que va abriendo y cerrando
las ventanas de la oportunidad.

1.3.10

La Vita Nuova (Weldon Kees)

El verano pasado, en el calor azul,
bajo un aire incendiario, un mendigo sin piernas
gateó sobre sus puños callosos por la playa
hasta mí, que esperaba con los pájaros
encandilados por el sol.
Dijo: “El verano hierve y se evapora;
mi vida se une a otra; esta piel quebradiza
se seca, muere y se descama,
y se vuelve un disfraz cuando las hojas
arrancadas se vuelan en el viento”.

–Así es que, en el otoño de la pérdida,
yo gateo sin piernas hasta vos por las calles,
y pronuncio tu nombre bajo un cielo
plomizo, desgarrado por un rayo
y el viento que ahora sopla en otra dirección.