31.5.10

En memoria de Joseph Brodsky (Mark Strand)

Se podría decir, incluso acá, que lo que queda
del yo se desenrolla y forma una luz evanescente,
y se adelgaza como el polvo y va a un lugar en donde
el saber y la nada se funden y atraviesan entre sí;
que se mueve, aún desenrollándose, a través de la bóveda
de la agotada claridad, y sigue adelante con rumbo
a un lugar que quizá jamás pueda encontrarse,
en donde lo indecible, finalmente, se dice una vez más,
pero con suavidad, rápidamente, como lluvia azarosa
que cae durante el sueño, que uno se imagina que cae durante el sueño.
Lo que queda del yo se desenrolla sin cesar,
dado que ningún límite es capaz de contenerlo:
ni ese límite informe que hay entre nosotros,
ni ese otro que cae entre tu cuerpo y tu voz.
Joseph, querido Joseph, esos recordatorios repentinos
de que estuviste alguna vez, los lugares y épocas
cuya vida mejor fue la que vos les diste,
ahora parecieran fantasmas en tu estela.
Lo que queda del yo se desenrolla delante de nosotros,
para quienes el tiempo no es más que una medida del durante,
y el futuro no es más que un etcétera etcétera… pero veloz y para siempre.

27.5.10

De festejo (Mark Strand)

Te sentás en tu silla, sin que nada te toque,
sentís como tu vieja persona se transforma en una aun más vieja,
e imaginás tan sólo la paciencia del agua, el tedio de la roca.
Te ponés a pensar que el silencio es la página sobrante,
pensás que nada es bueno ni malo, ni siquiera
la oscuridad que llena la casa mientras vos
mirás desde tu silla. Ya has visto suceder lo mismo antes. Tus amigos
pasan por la ventana, con las caras manchadas de remordimiento.
Vos querés saludarlos pero sos incapaz de levantar la mano.
Te sentás en tu silla. Contemplás cómo la yerbamora
envuelve con su red venenosa la casa, y sentís en la boca
el gusto de la miel de la ausencia. Es el mismo
donde quiera que estés, el mismo si la voz se pudre antes que el cuerpo,
o si acaso es el cuerpo el que se pudre primero que la voz.
Vos sabés que el deseo conduce únicamente al sufrimiento,
y el sufrimiento lleva a la satisfacción, que conduce al vacío.
Sabés que esto es diferente, que esto es el festejo, el único festejo,
y que al abandonarte de esta forma a la nada
vas a sanar. Sabés que hay alegría
en sentir tus pulmones prepararse para un futuro de cenizas,
así que te quedás mirando y esperando
mientras se asienta el polvo, y las horas milagrosas
de la infancia se pierden en la oscuridad.

25.5.10

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24.5.10

Para Jessica, mi hija (Mark Strand)

Esta noche, salí a caminar
cerca de casa, y tuve miedo no
del camino sinuoso que tomé
en el amor y el ego, sino más
bien de lo oscuro y lo lejano. Anduve
oyendo el viento y percibiendo el frío,
pero a mí me afligían las estrellas
que ardían en el gran arco del cielo.

Jessica, es más sencillo concebir
nuestras vidas andando entre el efímero
resplandor de las hojas, disfrutando
de aquello que tenemos, que pensar
cómo será posible que unos seres
como nosotros, tan pequeños, puedan
atravesar lo oscuro sin buscar
algún rumbo visible o un destino.

Sin embargo, recuerdo que hubo veces
en que debajo de ese mismo cielo
cada hueso del cuerpo se hizo luz
y la herida del cráneo se abrió para
que entrara el cosmos con sus fríos rayos,
y fueron, un instante nada más,
ellos mismos el cosmos; hubo veces
en que llegué a creer que éramos hijos
de las estrellas, que nuestras palabras
estaban hechas de ese mismo polvo
que flamea en el espacio; aquellas veces
sentía en lo incorpóreo del aliento
que el peso de un día entero se apoyaba.

Sin embargo, esta noche es diferente.
Con miedo de las sombras en que andamos
o desaparecemos por completo,
me imagino una luz que no permita
que vaguemos muy lejos; una luna
secreta o un espejo; alguna hoja
de papel, o algo que puedas llevar
por lo oscuro cuando yo ya no esté.

20.5.10

Para mi hija (Weldon Kees)

En los ojos de mi hija, veo ocultas debajo
de la inocencia de la carne amanecida
señales de la muerte que ella aún no sospecha.
El más frío de los vientos agitó sus cabellos,
y maniató una red de algas sus manos ínfimas;
el pausado veneno de la noche, anodino
e indulgente impulsó su sangre por sus venas.
Unos años resecos que yo vi, que podrían
ser suyos, aparecen: una muerte inminente
en cierta guerra, verdes sus piernitas delgadas.
O, alimentada a base de odio, saborea
el aguijón de la agonía de los otros;
quizá es la novia cruel de un tonto, o un sifilítico.
Estas disquisiciones se agrian bajo el sol.
No tengo hija. Ni quisiera tener una.

17.5.10

A mi hija (Joseph Brodsky)

Si tuviera otra vida, estaría cantando
en el Caffe Raffaella. O simplemente ahí
sentado. O bien de pie, como si fuera un mueble
en un rincón, si acaso esa vida resulta
ser un poquito menos generosa que la otra.

Y en parte, porque desde ahora ningún siglo
se las podrá arreglar sin jazz o cafeína,
soportaré este daño, y a través de mis grietas
y mis poros, cubierto de barniz y de polvo,
te veré en veinte años, en la flor de la edad.

Lo importante es que sepas que andaré por ahí.
O más bien que un objeto inanimado podría
ser tu padre, más aún si acaso los objetos
son más viejos que vos, o más grandes. De modo
que vigilalos siempre: te juzgarán, sin duda.

Igual, amá esas cosas, las encuentres o no.
Además, es posible que aún recuerdes alguna
silueta o un color, mientras que yo hasta eso
voy a perder con el resto del equipaje.
Por eso estos versitos un poco acartonados,
en el idioma que tenemos en común.

13.5.10

Hay una luz que no se apaga nunca (The Smiths)

Salgamos esta noche,
salgamos donde hay música y hay gente,
vayamos donde todo el mundo siente
que es joven y está vivo.
Vayamos en tu coche,
y nunca más quiero volver a casa,
porque, ¿sabés qué pasa?,
perdí mi casa, y es definitivo.

Salgamos esta noche,
quiero ver gente y quiero ver la vida,
salgamos en tu coche;
no me dejes en casa, porque ahí
ahora viven ellos, y ya mi
presencia dejó de ser bienvenida.

Si nos pisa un camión con acoplado,
me sentiría honrado
de morir a tu lado.
Y si al cruzar la vía
nos pisa un tren, sería una alegría
morir en tan ilustre compañía.

Salgamos esta noche.
¿Adónde? No me importa demasiado,
me da igual cualquier lado.
Salgamos en tu coche.
Y en el túnel oscuro, muy contento
pensaba que ése era mi momento;
pero me vino un súbito temor,
y no te pude confesar mi amor.

Salgamos esta noche.
¿Adónde? No me importa demasiado.
Salgamos en tu coche.
Y nunca más quiero volver a casa,
porque, ¿sabés qué pasa?,
no tengo casa, y estoy desahuciado.

Si nos pisa un camión con acoplado,
me sentiría honrado
de morir a tu lado.
Y si al cruzar la vía
nos pisa un tren, sería una alegría
morir en tan ilustre compañía.

Hay una luz que no se apaga nunca.
Hay una luz que no se apaga nunca.

10.5.10

Un supermercado en California (Allen Ginsberg)

Qué de imágenes tuyas me vienen a la mente esta noche, Walt Whitman, hoy que fui caminando por calles laterales debajo de los árboles con dolor de cabeza, mirando con pudor la luna llena.
En mi hambriento cansancio, salí a comprar imágenes y entré al supermercado de frutas de neón, soñando con tus enumeraciones.
¡Duraznos y penumbras! ¡Y familias enteras de compras por la noche! ¡Pasillos llenos de maridos! ¡Mujeres en las paltas, bebés en los tomates! Y vos, García Lorca, ¿qué hacías ahí, entre las sandías?

Walt Whitman, yo te vi sin descendencia, anciano y solitario excavador, hurgando entre la carne en la heladera, y mirando a los chicos de la verdulería.
Te escuché hacer preguntas acerca de cada una de esas cosas: ¿Quién mató a las costillas de cerdo? ¿Cuánto cuestan las bananas? ¿Sos mi Ángel?
Deambulé entre las pilas de latas relucientes persiguiéndote, y en mi imaginación me persiguió el vigilante del supermercado.
Fuimos por los pasillos desolados, a nuestra usanza solitaria, degustando alcauciles, poseyendo todos y cada uno de los manjares congelados, y sin pasar jamás por caja.

Walt Whitman, ¿dónde vamos? Cierran en una hora. ¿Hacia dónde señala esta noche tu barba?
(Toco tu libro y sueño nuestra odisea en el supermercado, y me siento ridículo).
¿Vamos a caminar toda la noche por calles solitarias? Los árboles añaden otra sombra a la sombra, en las casas las luces se apagaron, nos vamos a sentir solos los dos.

¿Iremos caminando, soñando con la América perdida del amor, pasando autos azules en estacionamientos, hasta llegar a nuestro silencioso chalet?
Querido padre, barba gris, solitario maestro del coraje, ¿a cuál América llegaste, cuando dejó Caronte de remar y te bajaste en una orilla llena de humo, y te quedaste ahí mirando cómo el bote se perdía en las oscuras aguas del Leteo?

6.5.10

Carta a un arqueólogo (Joseph Brodsky)

Ciudadano, enemigo, nene de mamá,
lacra, mendigo, cerdo, refumoishe, verrucht;
un cuero cabelludo escaldado con agua
hirviendo tantas veces que el mísero cerebro
parece totalmente cocinado. Así es,
hemos vivido aquí: en este basural
de cemento, ladrillos y madera en que ahora
has venido a excavar. Todos nuestros alambres
y cables se cruzaron, se cubrieron de púas,
se enmarañaron o formaron una malla.
Además: a pesar de que a nuestras mujeres
no las quisimos, ellas concibieron igual.
Resuena con estrépito el sonido del pico
que hiere hierro muerto; aun así, es más suave
que lo que nos dijeron o dijimos nosotros.
¡Forastero! Movete con cuidado a través
de esta carroña nuestra: aquello que parece
ser carroña a tus ojos es para nuestras células
la libertad. Dejá nuestros nombres tranquilos.
No reconstruyas esas vocales, consonantes,
etcétera: no van a sonar como alondras,
sino como un sabueso demente, cuyas fauces
se devoran sus propias huellas y heces, y ladran.

3.5.10

En una conferencia (Joseph Brodsky)

Dado que los errores son algo inevitable,
fácilmente podrían tomarme por un hombre
parado frente a ustedes en esta habitación
llena de ustedes mismos. En cosa de una hora,
sin embargo, el error va a subsanarse, a expensas
tanto de ustedes como mías: van a adueñarse
de este lugar partículas elementales libres
del rigor de cualquier fisonomía humana
y de toda otra forma de ordenamiento. Existen
aún algunas partículas libres. No todo es polvo.

Así, que sea reacio a admitir que soy yo
quien está frente a ustedes ahora, o al revés,
se debe en menor grado a mi propia modestia
o a un solipsismo que a mi respeto por
el futuro instantáneo de esta sala, o por esas
partículas libérrimas de las que hablaba antes,
que se posan en la lustrosa superficie
de mi cerebro, y a las que un pañuelito húmedo
ansioso por limpiarlas jamás podría acceder.

Lo más interesante del vacío es que siempre
lo precede lo lleno. Creo que los primeros
en entenderlo fueron los dioses griegos, cuyo
fuerte era justamente la ausencia. De esa forma
imaginen que están ahora en el ensayo
para el bis de los dioses y que obviamente yo
estoy actuando pour la gallerie. La gente
actúa por vanidad. Pero estoy apurado.

Una vez conocido el futuro, es posible
hacer que se anticipe. Como hacen las estatuas
o el propio mobiliario. El borrarse a uno mismo
no constituye una virtud sino más bien
una necesidad, que se asume conforme
se va haciendo de noche. Sin embargo, es más fácil
en términos numéricos no ser yo que no ser
ustedes. Como el cisne le confesó al estanque:
“No me gusto. Igualmente, quedate mi reflejo”.