29.11.10

Parábola de la verdad (Robert Bringhurst)

Amor, amo. No amo, no,
es verdad, no amo pero
te amo a vos de todas formas,
al menos tanto como puedo
en estas circunstancias
difíciles. ¿Qué puede regresar
para decir un hombre
que no conoce la palabra
hola, que nunca dijo
adiós, y que tampoco sabe
si llegó alguna vez a su destino
o si partió de él?

25.11.10

El amor llega silenciosamente (Robert Creeley)

El amor llega silenciosamente,
finalmente, se posa
encima mío, alrededor de mí,
de la manera acostumbrada.

¿Yo qué sabía, que creía que era
capaz de andar
todo el camino solo?

22.11.10

Cumplir diez años (Billy Collins)

Con nada más pensarlo siento como
si estuviera incubando alguna enfermedad,
algo peor que cualquier dolor de panza
y peor que los dolores de cabeza
que me dan cuando leo con poca luz:
una especie de sarampión espiritual,
como unas paperas de la mente
o una varicela que desfigura el alma.

Me dicen que es muy pronto para mirar atrás,
pero eso es porque ustedes se olvidaron
de la simplicidad perfecta de ser uno,
y de lo hermosamente complicado que vuelve todo el dos.
Acostado en mi cama, todavía recuerdo cada dígito:
a los cuatro era un hechicero árabe
que podía volverse invisible al tomar
la leche de determinada forma.
Fui soldado a los siete. Y a los nueve fui un príncipe.

Ahora me la paso en la ventana,
contemplando la luz de las últimas horas de la tarde.
Antes no se posaba de forma tan solemne
en mi casa del árbol. Jamás mi bicicleta
se quedaba apoyada como ahora en el garage,
vaciada de su velocidad azul oscuro.

Así comienza la tristeza, pienso
mientras camino por el universo con mis zapatillas.
Es hora de decirles adiós a mis amigos
imaginarios, hora de llegar al primer número grande.

Parece que fue ayer cuando creía
que no tenía nada más que luz debajo de la piel,
salía un resplandor si me cortaba;
pero ahora, si me caigo en las veredas de la vida,
me raspo las rodillas y me sale sangre.

18.11.10

Canción nocturna del errante [I] (Johann Wolfgang von Goethe)

Vos que venís del cielo
y que calmás la pena y el dolor,
y vos, que doblemente refrescás
el corazón que sufre un pesar doble,
ya me cansé de tanta agitación,
¿por qué tanto dolor y tanto anhelo?
Vení, vení a mi pecho, dulce paz.

15.11.10

Canción nocturna del errante [II] (Johann Wolfgang von Goethe)

Sobre todas las cumbres
hay silencio,
sobre todas las copas de los árboles
sentís
sólo una brisa;
los pajaritos callan en el bosque.
Ahora esperá, que pronto
también descansarás.

11.11.10

Caballo (Louise Glück)

¿Qué te da ese caballo
que yo no pueda darte?

Te miro cabalgar
solo hasta el campo que hay detrás del tambo,
las manos enterradas en las crines
oscuras de la yegua.

Entonces me doy cuenta de lo que oculta tu silencio:
resentimiento, odio, hacia mí, hacia el matrimonio.
Pero de todas formas me pedís que te toque:
me lo pedís a gritos, como pide una novia;
igual, cuando te miro veo que no cargás
con un hijo en el cuerpo. ¿Qué llevás ahí, entonces?

Pienso que nada. Solamente apuro
por morir antes que yo.

En un sueño, te vi montado en el caballo:
cabalgabas entre los campos secos
y después te bajaste: caminaban los dos;
estaba oscuro y no tenían sombra.
Yo sentí, sin embargo, que sus sombras venían hacia mí,
porque a la noche pueden hacer lo que ellas quieran,
son dueñas de sí mismas.

Mirame. ¿Vos pensás que yo no entiendo?
¿Qué es ese animal, sino el pasaje
fuera de esta vida?

8.11.10

Traductor invitado

HORACIO CASTILLO TRADUCE A ODISEAS ELYTIS



EL HOMBRE Y EL CABALLO

Tenía un caballo. Fue a la guerra.
No habían pasado dos meses cuando regresó
con un pie amputado. Al verlo
su caballo relinchó.
Pocos días después, se lo requisaron.
Nunca volvió.
Y desde entonces, cuando quería
recordar algo inolvidable
de su vida, algo hermoso
—la Virgen, Cristo o el sol por ejemplo—
recordaba aquel relincho.

4.11.10

La carretilla roja (William Carlos Williams)

tantas cosas
dependen de

una carretilla
roja

lustrosa por el agua
de la lluvia

entre gallinas
blancas.

1.11.10

La idea (Mark Strand)

para Nolan Miller

También para nosotros existía el deseo de apropiarnos
de algo más allá del mundo conocido, más allá de nosotros
mismos y más allá de nuestra facultad de imaginar,
algo en lo que pudiéramos de todas formas vernos reflejados;
y este deseo aparecía siempre como al pasar, en una luz difusa,
y con un frío tal que el hielo de los lagos del valle se quebraba
y bajaba en torrentes, y todo se cubría
con un manto de nieve, y las escenas
del pasado, al volver a emerger, ya no eran como antes,
sino que parecían fantasmales y pálidas
entre las curvas falsas y las borraduras
disimuladas; y jamás sentimos que estuviéramos cerca
hasta que el viento de la noche dijo:
“¿Por qué hacen esto, y justamente ahora?
Vuélvanse a casa”. Pero en ese instante
apareció a lo lejos, en un confín helado, la pequeña silueta
de una cabaña con las luces encendidas.
Nos quedamos parados contemplándola,
asombrados del hecho de que estuviera allí.
Y habríamos llegado donde estaba,
y habríamos abierto la puerta y penetrado
en la luz, a la busca de un poco de calor;
pero era nuestra porque no era nuestra,
y tenía que seguir vacía. Era la idea.