14.2.11

Los vegetarianos (John Ashbery)

Frente a vos, largas mesas que llevan hacia el sol,
la construcción de un gesto grandioso. Lo aceptás, como queriendo
jugar con él y traducirlo cuando su atención se desinfla a lo largo del único
segundo de la eternidad. Se necesita extrema paciencia y persistencia,

y sin embargo todo el mundo tiene éxito en esto, antes de recibir
la cajita sorpresa del almuerzo con el resto de su vida. Pero lo que es
en verdad alarmante es que todo sucede con modestia, en la vena
de la vida real, y luego también eso se traduce en algo, que se desprende y flota

por encima, señales luminosas que la vida emitió, débiles y, a pesar de eso,
esenciales para descorchar el tono, que ahora se perdieron, hace poco pero
para siempre. Todo era puro en Zurich, y lleno de propósito, como las cabinas
rojas, colgadas de unos cables alrededor del lago, contra el cielo,

y que bajaban luego a través de la meteorología. Lo cual recuerda lo que vos
no quisieras hacer más que los troncos de los árboles negros, aunque lo pensaste.
Nuestras leyendas, siempre, en consecuencia, vuelven a parecer legendarias,
un caminito decorado con nuestras idas y venidas. O al menos eso me dijeron.