7.4.11

Robinson (Weldon Kees)

El perro deja de ladrar al irse Robinson.
Su actuación terminó. El mundo es gris,
no sin violencia, y él se pone a patalear bajo el piano de cola:
la cacería de las pesadillas ya comenzó hace rato.

El espejo de México, colgado en la pared
ya no refleja nada. El cristal está negro,
y la única imagen robinsoniana es la que aporta Robinson.

La cual es todo el cuarto: paredes y cortinas,
estantes, una cama, la foto coloreada a mano de su primera esposa,
alfombras y floreros, unos cigarros en un humidor.
Llenarían el cuarto si Robinson entrara.

En los libros, las páginas están en blanco,
son los libros que Robinson leyó. Ésa es su silla preferida,
o acaso sea el lugar en que estaría la silla de estar presente Robinson.

El teléfono suena todo el día. Quizá el que llama sea
Robinson. Cuando él está no suena nunca.

Afuera, al sol, los edificios blancos se tiñen de amarillo.
Afuera, vuelan todo el tiempo en círculos los pájaros,
donde son de verdad los árboles y nunca se toman vacaciones.