30.1.12

Uno de Paula Abramo

INVOCACIÓN BASTANTE ABSTRUSA



Que venga el gesto deíctico
enhiesto de hierba hipotética,
hirsuto de oxitonísimas iotas
e índice enfático. Que diga:
mira despacito, observa
el mar que todavía no es,
pero será,
sin duda será,
iterativamente oleando,
goteando en cuerpos de bañistas,
casi casi como si el gerundio no fuera suficiente.
Que venga y diga como sin querer:
mira
la mañana de gatos que vuelven
a su diurna máscara de sueño.
Y que luego se vaya el gesto deíctico,
agotado hasta la ronquera
de tanto indicar ése, allá, que se vaya
diciendo yo, aquí, yo,
hasta saciarse.

26.1.12

Uno de Alejandro Albarrán Polanco

EL AFILADOR



Un poema que sea un afilador cruzando la avenida sonando su
sicú. “El afilador”, gritará una niña, corriendo por el pasillo
de su casa para avisarle a su mamá. La madre, seguramente,
le dará a la niña los cuchillos que ya no cortan, los que
esperan en un cajón en la cocina. Alguien en esa casa, antes de
dormir, pensará en el filo. En los cuchillos dentro de un cajón
especial en la cocina. Y ese pensamiento será oscuro, pero
habrá un brillo repentino, el del cuchillo, el de los cuchillos,
un brillo como una escena de cine: oscuro, oscuro: brillo.
Su cabeza entonces estará repleta de cuchillos sin filo. Su
cabeza será el cajón de la cocina. Pensará en el precipicio.
Pensará en saltar. Siempre me he imaginado el filo como un
límite. “Estás al filo de…”, ¿al filo de qué? Del precipicio.
Será por los desfiladeros. Entonces me veo parado en el filo de
una montaña o de un edificio, me veo parado en el borde de un
cuchillo. Entonces me imagino la caída. Allá voy, de espaldas
y sin ojos, voy cayendo. ¿Vienes conmigo? A veces quiero
que los poemas sean un afilador cruzando la avenida sonando
su sicú, para salir corriendo por los pasillos de la casa vieja
de mi madre, para que ponga en mis manos los cuchillos, los
que guardaba en un cajón especial en la cocina, y dárselos al
afilador y regresar a casa, y acostarme, y quedarme ahí, en mi
cama, con mi cabeza oscura, imaginando el brillo.

23.1.12

La música que oí (Conrad Aiken)

La música que oí con vos fue más que música
y el pan que compartí con vos fue más que pan:
ahora que no estás, todo está desolado
y todo lo que alguna vez fue hermoso está muerto.

Alguna vez tocaron la mesa y la vajilla
tus manos, y tus dedos tomaron esta copa.
Estos objetos ya te han olvidado, amada:
sin embargo, tu huella en ellos permanece.

Porque en mi corazón pasaste junto a ellos,
bendiciéndolos con tus manos y tus ojos:
siempre, en mi corazón, ellos van a acordarse
de que te conocieron, hermosa y sabia mía.

19.1.12

Pasé una vez por una ciudad muy populosa (Walt Whitman)

Pasé una vez por una ciudad muy populosa, grabando en mi cerebro, para uso futuro, sus espectáculos, su arquitectura, sus costumbres y sus tradiciones;
y, sin embargo, ahora, de toda esa ciudad, recuerdo solamente a una mujer que por casualidad conocí allá, que me detuvo con su amor por mí;
todos los días y todas las noches estuvimos juntos; de todo lo demás ya me olvidé hace tiempo;
y digo que recuerdo sólo a esa mujer que con tanta pasión se aferró a mí;
otra vez deambulamos, nos amamos, nos separamos otra vez;
ella otra vez me toma de la mano y no me puedo ir.
La veo junto a mí, con labios silenciosos, triste y trémula.

16.1.12

Al leer el libro (Walt Whitman)

Al leer el libro, la biografía famosa:
“¿Eso es lo que el autor llama la vida de un hombre?”, dije yo,
"¿Y, así, cuando esté muerto, alguien escribirá sobre mi vida?"
(como si hubiera un hombre que supiese de verdad algo sobre mi vida,
cuando yo mismo muchas veces sé poco y nada de mi propia vida real,
sólo algunos indicios, un puñado de pistas difusas e indirectas,
que yo intento seguir para mi uso personal).

12.1.12

Antelmo a su hija, Norma [1991-2009] (Robin Myers)

Voy a ser como vos.

Llegaré tarde.

Voy a tener paciencia y voy a ser permeable,
un farol de papel colmado de polillas.

Voy a alisar la sábana
de mi emergencia con las palmas de mis manos.

Voy a ser muy antiguo.

Mi belleza se va a echar a perder.

Voy a ser calvo y flaco, con la piel amarilla.
Mis venas dejarán de ser azules para ponerse negras.

Como vos,
naceré para nadar,
y para protestar contra el deber del sueño,
para rozar la espuma del mar con las manos,
pelarme las rodillas,
dar golpes en la mesa
y esperar.

Como vos, naceré.

Intentaré aprender
a ser tu padre,
y el mío propio.

Traicionaré a tu madre.

Recordaré
cómo salir de un cuarto.

El ruido de mi risa te sobrevivirá.

Te voy a perdonar.

No voy a permitir
que vos me digas cuándo.

9.1.12

Mezcolanzas (Robin Myers)

La casa siempre es una casa nueva,
y el idioma no es casi nunca el mío.
Incluso cuando me decido a hablar,
aún no estoy preparada.


*

Tus frutas
y tus piedras,
las piedras de tus frutas,
tus bosques arruinados,
los bosques de tu ruina––
y tu desolación,
tus caballos escuálidos,
tu viento,
tus ventanas,
tus encurtidos,
tus frutillas improbables,
tus láminas de pan––
tus nudillos sangrantes
tus fuentes agotadas,
tus montañas modestas,
tus llantas arrumbadas,
lo que quedó de tu paciencia,
tu tristeza y su tráfico––

*

Me hallo en buena salud.
Me hallo en camino.
Me hallo impaciente.
Me hallo en una ciudad que todo el tiempo arrasan hasta los cimientos.
Me hallo en el baño del subsuelo de un shopping center con paneles de vidrio.
Me hallo incapaz de soportar hasta la idea de olvidar
cómo pasás tus manos sobre toda mi cara,
cómo con toda la piel de tus manos
tocás toda la piel de mi cara, como si fuera aire.
Me hallo privada de mi idioma, acá.
Me hallo molesta por el desnivel de la vereda
entre aquello que hacemos y lo que no.
Y dónde.
Y cómo tropezamos por ahí.

¿Y dónde estás?
¿En cuál estás de todos los absurdos innumerables de la intimidad,
con los que me refiero a la geografía,
a la memoria y a los aeropuertos
y al aire?

*

Las colinas desnudas
forman un arco, exhalan hacia donde
van las rutas––

el cielo quiere que
se acerquen, pero
no les permite entrar.

Las rutas son delgadas,
tensos recordatorios, arañazos
de uñas sobre la piel,

que parecen decir: “Más adelante
seguirás recordando
lo que te hice”.

*

¿Quién sos, que te chupás la sal de los dedos en casa del vecino?
¿Quién sos vos, que dormís mientras se escuchan tiros?
¿Quién sos vos, que se niega a traducir lo que escribís sobre mi espalda?
¿Quién sos vos, que llorás al insultar al policía?
¿Quién sos vos, que dejás que me levante de la mesa mientras el arroz sigue en la olla
al fuego, entre nosotros?

*

Tus escobas,
tu lavandina,
tus techos testarudos,
tus gatos y sus gritos,
el brusco volantazo de tu amabilidad,
tu desdén generoso–
tus bufandas,
tu sudor,
los eternos atajos empolvados de tu arrepentimiento––
tus tormentas de arena de deseo,
tus incendios cansinos,
tus caños de metal,
tus higos inflamados,
tus ojos rojos,
tu insistencia en ser el primero en marcharse
o el último en quedarse––
tus puertas oxidadas,
tus masas hojaldradas,
tu risa,
el cigarrillo sin filtro de tu fe––
tus funerales a la medianoche,
tus camiones furiosos,
tu furia,
tu respiración cuando dormís,
tus máscaras,
tu lujuria––


*

De pronto, nos hallamos en la cama, después de haber estado a punto de hacer algo diferente, como ir al lavadero. Pronto me hallo al borde de un precipicio a gran altura, pensando estremecida cómo será llegar al fondo ––me hallo ya casi destrozada al momento del impacto, el golpe ya se siente como un golpe, el dolor ya es dolor y la alegría, alegría––; y, temblando en las puntas de los pies de mi respiración, me hallo llorando, mi cara cerca de la tuya; tu cara de repente se parece a la mía, sólo en su desconcierto, rogándote, casi exigiéndote: “¿Cómo hago para estar donde estás vos?”.



*

La casa siempre es una casa nueva,
y las cortinas aún no están colgadas,
y duermo de manera honesta y turbia, me despierto a menudo,
sin ninguna intuición de a qué distancia
me encuentro del océano o del choque que hubo en la autopista,
de la base militar o las huertas,
o de cualquier lugar más limpio o devastado, o inundado
de buganvilias, o que tenga
un cielo más cubierto de nubes que el de acá.
Con lentitud, todo regresa a mí: paredes y rincones,
zapatos encimados, una pintura torpe,
mi cadera y su ancla, el cráter apacible
dejado por mi cráneo al sentarme derecha.
Siempre me quedo en donde estoy.

*

Se la pasan hablado de que el mundo está roto,
¿pero acaso no está riesgosamente entero,
aunque amenace siempre con quebrarse?––

los muchachos que están despatarrados y apiñados
sobre los escalones del colectivo en movimiento,
los estantes colmados, los aviones
grávidos, el pavimento solamente un modo de endurecer la piel
de la cosa, la cosa,
el aro un mero adorno
de la barrera, los grafitis tan sólo un comentario
acerca de la piedra, los meniscos de la leche
apenas un intento por imitar la olla que se calienta al fuego.

¿Dónde está el fin?
¿Qué va a ser necesario para ablandar las superficies?
¿Para quebrar los bordes?
¿Vas a ayudarme en algo?

Tomamos la cerveza del pico, derramamos
encima de la mesa espuma, que deja una película insignificante,
nos movemos rozando el mimbre de las sillas,
chocamos las rodillas mientras aguardan nuestros huesos
en la cálida vaina de sus jeans.

Los limones,
cortados por sus vientres
y puestos en un bol,
son la única genuina violación del día.


*

Tus manos en mi cara,
y la piel de tus manos en la piel de mi cara, como aire.
Tus autos oxidados,
tus sueños a los gritos,
tus uniformes,
tu basura en llamas,
tus golosinas con sabor a almendra,
tu polvo.
Tu confianza.
Tus rodillas que van palideciendo,
los callos de tus pies.
Tus cuchillos,
tus venas,
tus barricadas.
Tu té,
tu menta,
tu porro que fumás con las ventanas bien cerradas,
tus ojos bien cerrados y tus perros
envenenados, tus granadas y sus joyas
hechas jugo.
Cómo te estremecés cuando acabás,
como si fuera otra pérdida reprimida,
otra forma de gracia momentánea
e implacable, que vos no compartís.

5.1.12

Traductor invitado

MANUEL MUJICA LÁINEZ TRADUCE A WILLIAM SHAKESPEARE



SONETO XVIII

¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees.
Tiembla el brote de mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada.

A veces demasiado brilla el ojo
solar y otras su tez de oro se apaga;
toda belleza alguna vez declina,
ajada por la suerte o por el tiempo.

Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos
cuando crezcas en versos inmortales.

Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.

2.1.12

Cuando oí al docto astrónomo (Walt Whitman)

Cuando oí al docto astrónomo;
cuando tuve ante mí las pruebas y los números dispuestos en columnas;
cuando me presentaron los cuadros y diagramas para que los sumara, dividiera y midiera;
cuando, desde mi asiento, oí al astrónomo dictar su conferencia y suscitar aplausos en el aula,
me harté de pronto, inexplicablemente;
y luego de pararme y de salir, me fui a deambular solo,
en el húmedo aire místico de la noche; y así, de tanto en tanto,
contemplaba en perfecto silencio las estrellas.