30.4.12

El dolor de garganta (Aaron Kunin)


El dolor de
garganta lo causa
una palabra. Lo provoca
el deseo

de una palabra,
la palabra “ella”.
Esa palabra, “ella”:
¿va a aparecer? ¿Ella

va a aparecer?
(¿Es femenina
la palabra “ella”?).
Ella es

una palabra que siempre,
sin saberlo,
tuve en mente.
En un momento, para mi vergüenza

no sabía
qué hacer
con la palabra

“ella”. Ahora, pareciera
que no conozco
más que esa
palabra. Pareciera que

todo
es femenino,
la plata es
femenina (vos estás

tan repleto
que no tenés por qué
pensar en plata.
Y tenés tanta

plata que
no sabés
lo que es saber),
saber es

femenino, y en el cielo
hasta dios es
femenino. Ya basta de
Herr Gott, de ahora en adelante,

ya basta de
señor, basta
de niño dios:
¡Se acabó! Pero, acaso,

no va a empezar
a preguntarse ella: “Si no existen
palabras masculinas,
si todo

es femenino,
¿por qué
se necesita
la palabra

‘él’? Y si esta palabra
se usa todo el
tiempo, perderá
su sentido”. Y

finalmente ella
a lo mejor te
diga: “Vos
sos mi niño


bueno. No tengo
alternativa:
ningún otro
podría reemplazarte”.

26.4.12

Traductor invitado

PABLO ANADÓN TRADUCE A T. S. ELIOT




Un canto para Simeón


Señor,
Los jacintos romanos florecen en los tiestos
Y el sol de invierno repta por laderas nevadas;
Ha hecho una pausa la terca estación.
Mi vida es leve, como
A la espera del viento de la muerte
Una pluma en la palma de mi mano.
El polvillo en la luz y el recuerdo en los huecos
Esperan ese viento
Que sopla helado hacia la tierra muerta.

Danos tu paz.
He caminado muchos años en esta ciudad,
Fe y ayuno he guardado, he ayudado a los pobres,
He dado y recibido honor y bienestar.
Nunca nadie fue echado de mi puerta.
¿Alguien recordará mi casa,
Los hijos de mis hijos tendrán donde vivir
Cuando lleguen los días del dolor?
Buscarán el sendero de las cabras, la guarida del zorro,
Huyendo de las caras extranjeras, de extranjeras espadas.
Antes del tiempo de las cuerdas y los azotes y sollozos,
Danos tu paz.
Antes de los estadios de la montaña de desolación,
Antes de la hora cierta del dolor maternal,
Ahora en la naciente estación del deceso,
Deja que el Niño, la Palabra que aún no ha sido ni es pronunciada,
Conceda la consolación de Israel
A quien tiene ochenta años y no tiene un mañana.

De acuerdo a tu palabra.
Alabarán tu nombre y sufrirán
Con gloria y con escarnio, cada generación,
Luz sobre luz, subiendo la escala de los santos.
Que el martirio no sea para mí, ni el éxtasis
Del pensamiento y la plegaria,
No sea para mí la visión última.
Dame tu paz.
(Y una espada traspasará tu corazón,
Tuya también).
Estoy cansado de mi vida y de las vidas de los que han de venir,
Estoy muriendo de mi muerte y de las muertes de los que han de venir.
Deja a tu siervo partir,
Después de ver tu salvación.

23.4.12

El dolor de garganta (Aaron Kunin)

Inventaré una máquina
que oculte mi deseo.
E inventaré otra
máquina para ocultar
la máquina. Se trata de un sistema
de dos máquinas, que hacía
un ruido similar al de la risa.
E inventaré otra
máquina para ocultar
el ruido. Me decís: “¿Por qué
estás ocultando la belleza
de tu máquina?”. Cada máquina
tiene más belleza que la anterior,
puesto que todo lo que se ha creado
para ocultar parece convertirse,
al final, en un signo
de lo que está ocultando.  Y
ahora el ruido que antes parecía
risa es tan fuerte que parece llanto o
acaso risa que ocultara el llanto.
Todas mis invenciones
son un total desastre. No se trata
de ocultar mi deseo; se trata de enunciar
el deseo que tengo
de ocultar mi deseo, como
una voz en el contestador
que dijera: “¿Qué tal? Sobre
ese tema del deseo, yo tengo
un par de cosas que decir. No deseo
tus ojos, ni la palabra que puedas decir, ni
tampoco tu voz siempre quejosa.  Lo que yo
deseo son tus aplausos”. Es difícil no
oír lo que dice
el mensaje, y también es difícil
aguantarme las ganas de inventar
otra máquina para evitar
oírlo. De manera que invento
una máquina más, que desinventa.
Será la última máquina
que invente, y su finalidad
será tan sólo convertir
las otras máquinas en un sorete.
Ya basta de inventar (al menos para mí).
–Qué lástima. Esa máquina
era una maravilla; ahora
es un desastre.
–Según lo veo yo, dejó un mensaje.
–Te equivocás: dejó un quilombo bárbaro.

19.4.12

Por placer (Aaron Kunin)

“No suspires”, idiota, no suspires.
Para variar, que tenga voz la risa;
dejá que haya placer, que haya bondad;
sé amable, amable y buen entendedor.

Que haya amistad entre lo semejante
y basta ya de lágrimas: que bailen
las ratas con las ratas, sin lamentos;
que dure más la risa que las lágrimas.

Y vendrá Cristo para separar
las ratas buenas de las otras ratas
que quedaron, y el dios les va a decir
en voz alta a las ratas: “Sean ratas.

Y yo voy a ser duro con ustedes
porque se quejan mucho: que la tierra
se duela de que estén encima suyo;
que se les interponga para siempre".

16.4.12

[Una vista de pájaro] (Ben Lerner)

Una vista de pájaro desligada del pájaro. Cubrime, voy a entrar, dice el soldado en la pantalla. Nos parece que estamos convencidos, ¿pero de qué? ¿Y por quién? El público es un hueco hipotético, un ámbito de pura desaparición del que mana, estallando, materia celestial. Creo que puedo hablar por todo el mundo, comienza el presidente, cuando pronuncio últimas palabras célebres.

12.4.12

Traductor invitado

MIGUEL ÁNGEL PETRECCA TRADUCE A MENG JIASHENG


CIUDADES


Una ciudad que no conoce, una ciudad
en la que no estuvo, una ciudad en la que estuvo
de paso, en la que pasó una noche, dos días o un año,
una ciudad en la que vivió casi toda su vida
sin conocerla, caminando siempre en círculos,
encontrándose todo el tiempo con sus huellas,
una ciudad que intuyó desde la ventanilla de un micro,
a través de los ventanales de un aeropuerto,
mirando a los aviones despegar en el atardecer
hacia otras ciudades, igualmente desconocidas
(los nombres en el tablero no le dicen nada),
una ciudad imaginaria, una en la que sintió
una especie de déjà vu al llegar por primera vez,
y al recorrer sus calles, una ciudad que odia
por las mismas razones por las que ama aquella otra
(ambas desconocidas), una en la que pasó una tarde
conversando con una chica en un lenguaje de signos,
una con playa en la que encontró una piedra
hermosa: la llevó en su mochila durante un viaje
para abandonarla, un día, de golpe, en otra ciudad.

9.4.12

La emisaria (Denise Levertov)

Ya van dos veces que esta mujer, por la que antes
sentía un desagrado inexplicable,
y ahora he empezado lentamente a odiar,
viene y me dice: “Sí,
tendremos mucho tiempo pronto para hablar”.

Dos veces apoyó con fuerza su fría mano
sobre la mía, y acercó
su pálido semblante, sus mejillas hinchadas,
a mi cara.
Me fui a lavar con agua bien caliente,
me fui a ungir con los óleo más fragantes.

Yo sé bien qué lugar ocupa ella en el mundo; otros saben también;
pero otros no parecen darse cuenta
de que siempre la sigue un viento helado.

Es lo que es: ordinaria, venal, acaso triste.
Quizá no sea consciente de la tarea que cumple:
sin embargo, la muerte la envía por el mundo.

Yo siempre tuve miedo del dolor,
pero no de la muerte.
No le temo a la muerte; sin embargo, no quiero tener tiempo
para sentarme a hablar con la mujer.

La vi condescendiente con aquellos
que no saben su nombre,
y sonreírles, cómplice, a los que sí.
Yo vi su firma, oculta
debajo de piedritas, y marcada
en pedazos de hielo.

No puede tener nada que contarme
de lo que yo me alegre.
Ya me miró dos veces
con ojos que brillaban apagados, un gris como de peltre.

Dos veces me miró, y en su mirada
no había nada que jamás pueda querer.

La muerte es para todos. Yo nunca, de manera voluntaria,
le voy a conceder el derecho de darme la parte que me toca.
Voy a negarme a recibir lo mío
de sus manos grises.

5.4.12

El poema del tallador de piedra (Denise Levertov)

Mano de hombre
labrada
de la veteada piedra

que casi toca,
como Adán, la mano

del Señor, inviolada
violeta ínfima de piedra

2.4.12

Lo que ella no pudo decirle (Denise Levertov)

Quería conocer todos los huesos
de tu columna vertebral,
todos los poros de tu piel,
cada uno de los vellos de tu cuerpo.
Para que así mi piel, mis manos,
mis tobillos, mis hombros y mis pechos
y hasta mi sombra queden para siempre
impresos en aquello, lo que sea,
de vos que para siempre me será desconocido.
Para acunar tu sueño.