29.11.12

Descripción de algo perdido (Charles Simic)


No tuvo nombre nunca,
ni me acuerdo de cómo lo encontré.
Lo llevaba conmigo en el bolsillo
como un botón perdido,
pero no era un botón.

Películas de terror,
cafés abiertos veinticuatro horas,
bares oscuros,
pools,
sobre calles mojadas por la lluvia.

Tenía una existencia callada y ordinaria,
como la de una sombra en un sueño
o un ángel sobre un alfiler,
y luego desapareció.
Los años transcurrieron, con su seguidilla

de estaciones sin nombre,
hasta que alguien me dijo: “Es acá”.
Y fui tan tonto que bajé
en un andén vacío
sin ciudad a la vista.

26.11.12

Me toca confesarme (Charles Simic)

Ese perro que trata de escribir un poema que explique por qué ladra,
mi estimado lector, soy yo.
Estaban por echarme de la biblioteca,
pero les advertí
que mi amo es invisible y todopoderoso,
y de todas maneras me sacaron, arrastrado de la cola.

En la plaza, los pájaros hablaban libremente de sus cuitas.
En un banco, una vieja
se cortaba los rulos canosos con tijera imaginaria,
mirándose a un espejo de bolsillo.

Y yo no dije nada.
Sin embargo, esa noche,
me eché y me puse a mordisquear un lápiz.
De tanto en tanto suspiraba,
y le gruñía a algo
que no podía nombrar.

22.11.12

Poema sobre el cristal (Robert Bringhurst)

Miralo, contemplá
el cristal, porque
te va a revelar,
no el futuro, sino
la calidad del cristal,
la naturaleza de la claridad,
te va a enseñar la contracción
de la luz sin tallar,
completamente despejada.

19.11.12

Muerte por agua (Robert Bringhurst)

 
No fue su cara ni ninguna
otra lo que Narciso vio
en el agua, sino la ausencia allí
de toda cara. Era la claridad profunda
del estanque azul aquello a lo que regresaba una y otra
vez, y lo que volvía a él cuando él iba a buscarla,
escapándose octubre tras octubre
y cada tarde,
para huir del verano sin salida al mar,
para huir de los brazos de su voz,
huir de sus palabras.

Se podría decir que era su ojo
lo que veía ahí, o
la resonancia de su color.
Mejor aun, se podría decir
que era lo que esperaba
escuchar: el susurro grave
de la luz en el agua, y no
el ruido entre las piedras.

Li Po también. Al igual que nosotros–
aunque por el amor de escuchar
nuestras voces, y por miedo a escuchar
nuestras palabras en la voz de los otros
que vuelven de la tierra, hablamos y escuchamos a la vez
y miramos las largas lagunas de aire azul que vienen a nosotros y decimos
que no hacen ningún ruido, que no tienen
cara, que tienen cada una los ojos del otro.

15.11.12

Uno de Salvador Díaz Mirón

IDILIO



A tres leguas de un puerto bullente
que a desbordes y grescas anima,
y al que a un tiempo la gloria y el clima
adornan de palmas la frente,
hay un agrio breñal, y en la cima
de un alcor un casucho acubado,
que de lejos diviso a menudo,
y rindiéndose apoya un costado
en el tronco de un mango copudo.
Distante, la choza resulta montera
con borla y al sesgo sobre una mollera.
El sitio es ingrato, por fétido y hosco.
El cardón, el nopal y la ortiga
prosperan; y el aire trasciende a boñiga,
a marisco y a cieno; y el mosco
pulula y hostiga.
La flora es enérgica para
que indemne y pujante soporte
la furia del soplo del Norte,
que de octubre a febrero no es rara,
y la pródiga lumbre febea,
que de marzo a septiembre caldea.
El Oriente se inflama y colora,
como un ópalo inmenso en un lampo,
y difunde sus tintes de aurora
por piélago y campo.
Y en la magia que irisa y corusca,
una perla de plata se ofusca.
Un prestigio rebelde a la letra,
un misterio inviolable al idioma,
un encanto circula y penetra
y en el alma es edénico aroma.
Con el juego cromático gira,
en los pocos instantes que dura;
y hasta el pecho infernado respira
un olor de inocencia y ventura.
¡Al través de la trágica Historia,
un efluvio de antigua bonanza
viene al hombre, como una memoria,
y acaso como una esperanza!
El ponto es de azogue y apenas palpita.
Un pesado alcatraz ejercita
su instinto de caza en la fresca.
Grave y lento, discurre al soslayo,
escudriña con calma grotesca,
se derrumba cual muerto de un rayo,
sumérgese y pesca.
Y al trotar de un rocín flaco y mocho,
un moreno, que ciñe moruna,
transita cantando cadente tontuna
de baile jarocho.
Monótono y acre gangueo,
que un pájaro acalla, soltando un gorjeo.
Cuanto es mudo y selecto en la hora,
en el vasto esplendor matutino,
halla voz en el ave canora,
vibra y suena en el chorro del trino!
Y como un monolito pagano,
un buey gris en un yermo altozano
mira fijo, pasmado y absorto,
la pompa del orto.

***

Y a la puerta del viejo bohío
que oblicuando su ruina en la loma
se recuesta en el árbol sombrío,
una rústica grácil asoma,
como una paloma.
Infantil por edad y estatura,
sorprende ostentando sazón prematura:
elásticos bultos de tetas opimas;
y a juzgar por la equívoca traza,
no semeja sino una rapaza
que reserva en el seno dos limas!
Blondo y grifo e inculto el cabello,
y los labios turgentes y rojos,
y de tórtola el garbo del cuello,
y el azul del zafiro en los ojos.
Dientes albos, parejos, enanos,
que apagado coral prende y liga,
que recuerdan, en curvas de granos,
el maíz cuando tierno en la espiga.
La nariz es impura, y atesta
una carne sensual e impetuosa;
y en la faz, a rigores expuesta,
la nieve da en ámbar, la púrpura en rosa,
y el júbilo es gracia sin velo
y en cada carrillo produce un hoyuelo.
La payita se llama Sidonia.
Llegó a México en una barriga:
en el vientre de infecta mendiga
que, del fango sacada en Bolonia,
formó parte de cierta colonia
y acabó de miseria y fatiga.
La huérfana ignara y creyente
busca sólo en los cielos el rastro;
y de noche imagina que siente
besos ¡ay! en los hilos de un astro.
¿Qué ilusión es tan dulce y hermosa?
Dios le ha dicho: Sé plácida y bella;
y en el duelo que marque una fosa
pon la fe que contemple una estrella
!
¿Quién no cede al consuelo que olvida?
La piedad es un santo remedio;
y después, el ardor de la vida
urge y clama en la pena y el tedio
y al tumulto y al goce convida.
De la zafia el pesar se distrae,
desplome de polvo y ascenso de nube.
¡Del tizón la ceniza que cae
y el humo que sube!
La madre reposa con sueño de piedra.
La muchacha medra.
Y por siembras y apriscos divaga
con su padre, que duda de serlo;
y el infamé la injuria y estraga
y la triste se obstina en quererlo.
Llena está de pasión y de bruma,
tiene ley en un torpe atavismo,
y es al cierzo del mal una pluma ...
¡Oh pobreza! ¡Oh incuria! ¡Oh abismo!

***

Vestida con sucios jirones de paño,
descalza y un lirio en la greña,
la pastora gentil y risueña
camina detrás del rebaño.
Radioso y jovial firmamento.
Zarcos fondos, con blancos celajes
como espumas y nieves al viento
esparcidas en copos y encajes.
Y en excelsa y magnífica fiesta,
y cual mácula errante y funesta,
un vil zopilote resbala
tendida e inmóvil el ala.
El Sol meridiano fulgura,
suspenso en el Toro;
y el paisaje, con varia verdura,
parece artificio de talla y pintura,
según está quieto en el oro.
El fausto del orbe sublime
rutila en urgente sosiego;
y un derribo de paz y de fuego
baja y cunde y escuece y oprime.
Ni céfiro blando que aliente, que rase,
que corra, que pase.
Entre dunas aurinas que otean,
tapetes de grama serpean,
cortados a trechos por brozas hostiles,
que muestran espinas y ocultan reptiles.
Y en hojas y tallos un brillo de aceite
simula un afeite.
La luz torna las aguas espejos;
y en el mar sin arrugas ni ruidos
reverbera con tales reflejos,
que ciega, causando vahidos.
El ambiente sofoca y escalda;
y encendida y sudando, la chica
se despega y sacude la falda,
y así se abanica.
Los guiñapos revuelan en ondas ...
La grey pace y trisca y holgándose tarda.
Y al amparo de umbráticas frondas
la palurda se acoge y resguarda.
Y un borrego con gran cornamenta
y pardos mechones de lana mugrienta,
y una oveja con bucles de armiño
-la mejor en figura y aliño-
se copulan con ansia que tienta.
La zagala se turba y empina ...
y alocada en la fiebre del celo,
lanza un grito de gusto y de anhelo ...
¡Un cambujo patán se avecina!
Y en la excelsa y magnífica fiesta,
y cual mácula errante y funesta,
un vil zopilote resbala,
tendida e inmóvil el ala. 

12.11.12

Parábola de la luna (Robert Bringhurst)

En la cueva de la luna
se mueven trece mujeres.
Con la luna nueva, un hombre
de tres hombros se alzará,
y se moverá con ellas, y su baile de tres hombros
se unirá a la danza de ellas
enfrente de la fogata.

8.11.12

Estos poemas, dijo ella (Robert Bringhurst)

Estos poemas, estos poemas,
estos poemas, dijo ella, son poemas
que no tienen amor. Son los poemas de alguien
que dejaría a su mujer y a su hijo
porque hacían barullo en el estudio. Éstos son los poemas
de alguien que mataría a su mamá
para cobrar la herencia. Éstos son los poemas de alguien
como Platón, dijo ella, y no entendí
lo que quería decir, pero de todos modos
me di por ofendido. Estos son los poemas de alguien
que prefiere acostarse consigo mismo antes que con una mujer,
dijo ella. Estos son los poemas
de alguien que tiene ojos de desbastadora y manos
de carterista, hechas con un tejido de agua, lógica
y hambre, pero sin fibra alguna de amor. Estos poemas
son igual de inhumanos que el canto de las aves, tan faltos de intención
como las hojas de los olmos, y si aman, sólo aman
el vasto cielo azul, el aire y la idea
de las hojas de los olmos. El amor por uno mismo es un fin, dijo ella,
y no un comienzo. El amor es amor
por la cosa cantada, y no por la canción ni por el canto.
Estos poemas, dijo ella…
                                      Sos, dijo él,
hermosa.
             Pero eso no es amor, dijo con razón ella.

5.11.12

Primera luz (Robert Bringhurst)

Un búho y un halcón sobre el aliso
rojo marchito: un pájaro nocturno y un pájaro diurno dormidos en el árbol
mientras la luz vertida se acumula en las pistas de nieve
de alta montaña.

Cerradas, como rosas,
las caras suaves como leche, idénticas
de los que amé por la elocuencia
de su dolor.

1.11.12

Traductor invitado

ANDRÉS NEUMAN TRADUCE A OWEN SHEERS 



COSECHA

para S. 

Sentados a la sombra del castaño
nos tomó por sorpresa la caída de castañas:
minas en miniatura hundiéndose entre hojas,
golpeando nuestra espalda y nuestros hombros.
Empezaste a atraparlas,
estrujando sus secretos,
y te quedabas con las que podías
apretándolas bien contra tu vientre,
como si hubieras sido apuñalada
y estuvieras sangrando castañas por la herida.
Cuando se acumularon demasiadas
me confiaste unas pocas, que retuve:
puñado de nudillos en mi puño.
Pero con mi sudor opacaba su brillo,
desde un marrón intenso a un pardo tenue,
y cuando te las devolví
me dijiste que siempre sería de ese modo:
porque yo soy un hombre, y tengo manos ácidas.