30.8.12

Uno de Carlos Germán Belli

SEXTINA DE LOS DESIGUALES




Un asno soy ahora, y miro a yegua,
bocado del caballo y no del asno,
y después rozo un pétalo de rosa,
con estas ramas cuando mudo en olmo,
en tanto que mi lumbre de gran día,
el pubis ilumina de la noche.

Desde siempre amé a la secreta noche,
exactamente igual como a la yegua,
una esquiva por ser yo siempre día,
y la otra por mirarme no más asno,
que ni cuando me cambio en ufano olmo,
conquistar puedo a la exquisita rosa.

Cuánto he soñado por ceñir a rosa,
o adentrarme en el alma de la noche,
mas solitario como día u olmo
he quedado y aun ante rauda yegua,
inalcanzable en mis momentos de asno,
tan desvalido como el propio día.

Si noche huye mi ardiente luz de día,
y por pobre olmo olvídame la rosa,
¿Cómo me las veré luciendo en asno?
Que sea como fuere, ajena noche,
no huyáis del día; ni del asno, ¡oh yegua!;
ni vos, flor, del eterno inmóvil olmo.

Mas sé bien que la rosa nunca a olmo
pertenecerá ni la noche al día,
ni un híbrido de mí querrá la yegua;
y sólo alcanzo espinas de la rosa,
en tanto que la impenetrable noche,
me esquiva por ser día y olmo y asno.

Aunque mil atributos tengo de asno,
en mi destino pienso siendo olmo,
ante la orilla misma de la noche;
pues si fugaz mi paso cuando día,
o inmóvil punto al lado de la rosa,
que vivo y muero por la fina yegua.

¡Ay! ni olmo a la medida de la rosa,
y aun menos asno de la esquiva yegua,
mas yo día ando siempre tras la noche.

27.8.12

Es divina cordura la locura (Emily Dickinson)

Es divina cordura la locura
para el ojo que entiende;
y la cordura, una locura atroz.
Pero es la mayoría, como siempre,
la que se impone en esto.
Está cuerdo el que asiente;
y al que ponga reparos, ¡qué peligro!,
lo encadena la gente.

23.8.12

Dulzura, me dejaste dos legados (Emily Dickinson)


Dulzura, me dejaste dos legados:
un legado de amor
cuya propuesta el Padre Creador
aceptaría encantado;

me dejaste fronteras de tormento
de océanica cuantía
y en medio de la eternidad y el tiempo
tu conciencia y la mía.

20.8.12

El muñeco de nieve (Wallace Stevens)


Hay que tener mentalidad de invierno
para mirar la escarcha y el ramaje
de los pinos cubiertos por la nieve;

y hay que haber soportado mucho frío
para ver los enebros congelados,
los abetos marchitos al distante

brillo del sol de enero; y no pensar
en pena alguna en el rumor del viento,
en el rumor de algunas pocas hojas,

que es el mismo sonido de la tierra
llena del mismo viento, que ahora sopla
en el mismo paraje desolado

para el oyente, que en la nieve escucha
y, al no ser nada él mismo, no contempla
nada que no esté ahí, y la nada que hay.

16.8.12

Canción de amor (William Carlos Williams)


Estoy acá acostado y pienso en vos:–

La mancha del amor
se cierne sobre el mundo.
Amarillo, amarillo y amarillo,
se devora las hojas
y unta con azafrán
las ramas puntiagudas que se cimbran
pesadas, recortándose
contra un cielo violeta despejado.
No hay luz,
sólo una mancha espesa como miel
que va goteando de una hoja a otra
y de una rama a otra,
y arruina los colores
del mundo entero–

Y vos estás tan lejos,
bajo el orillo borravino del oeste.

13.8.12

Entre paredes (William Carlos Williams)


las alas posteriores
del

hospital en donde
nada

crecerá yacen como
rescoldos

en donde brillan unos
vidrios rotos pedacitos

de una botella
verde

9.8.12

Traductor invitado

ANÍBAL CRISTOBO TRADUCE A MICHAEL MEYERHOFER


EL PROBLEMA DE LOS MARTILLOS

El problema cuando tenés martillos
es que en alguna parte los tenés que guardar,
colgados o sino en un cajón
o adentro de una caja de herramientas vacía,
mucho después de terminar la casa
de desmontar el circo y de plegarlo
en la parte de atrás de camiones extraños, que viajan
toda la noche desde Maine hasta Hollywood.
Quiero que me conozcan con tres nombres
distintos, igual que a los actores infantiles y a los asesinos seriales.
Mi papá guardaba sus martillos en un cajón
y una vez, cuando vino
y yo no estaba en casa, escondió uno pequeño
robado de alguna construcción,
bajo los almohadones del sofá
donde dormía yo. Yo guardo los martillos en mi armario
pero él los encontraba igual. A mí me gustaría ser
como un martillo, creo, y caer todo el día en las cabezas
de los clavos, finos y desprevenidos,
aunque no soy violento en especial y siempre tomo
todos mis medicamentos, si eso importa.
Es verdad, nunca fui bueno
con las matemáticas, desde aquel trofeo
de bronce en quinto grado, y ya sé
que uno no puede comenzar a hablar
o decir en el poema lo nervioso
que se es, pero creo que hay más clavos
que gente, y también más martillos
que gente, y ya me cansa que siempre
me recuerden que no hay nada
construido después de las pirámides
que parezca poder perdurar-
no sólo relaciones, sino también más cosas
como estantes, gobiernos,
el pacto de la circuncisión.
Se dice que el martillo fue la primera herramienta del hombre,
y me parece lógico: no puedo
imaginarme a un simio con un transportador
ni tampoco un sextante bajo estrellas mojadas.
Pero cuando golpeo, puedo sentir mi propia
cabeza soltándose del asta
de hueso barnizado, y yo sé
que una vez que salga disparada, no volverá a ajustarse nunca más.

6.8.12

Traductor invitado

AURELIO ASIAIN TRADUCE A WALLACE STEVENS




 LOS POEMAS DE NUESTRO CLIMA
  
   I
   Agua límpida en un tazón brillante,
   claveles rosas, blancos. En el cuarto
   una luz que es más bien aire nevado,
   con reflejos de nieve. Nieve recién caída
   al final del invierno, cuando vuelven las tardes.
   Claveles rosas, blancos — desearíamos
   más, mucho más que eso. Aun el día
   se ha simplificado: un tazón blanco
   de fría porcelana, frío, bajo, redondo,
   con nada más que esos claveles.

   II
   Y aun si esta cabal simplicidad
   nos liberó de todo tormento, ocultó
   el yo malvadamente compuesto, el yo vital,
   y lo hizo fresco en un mundo de blanco,
   un mundo de agua clara con brillantes orillas,
   más que eso quisiéramos, más necesitaríamos,
   más que un mundo de blancas y nevadas fragancias.

   III
   Aún persistiría la mente sin sosiego,
   de modo que quisiéramos escapar, y volver
   a lo que ha estado compuesto hace ya tanto.
   Lo imperfecto es nuestro paraíso.
   Adviértase: el deleite, en la amargura,
   cuando es tan intenso lo imperfecto en nosotros,
   son palabras erradas y sonidos porfiados.

2.8.12

Traductor invitado

GERARDO DENIZ TRADUCE A ALEXANDR PUSHKIN




HAY NOCHE EN LAS COLINAS GEORGIANAS

Hay noche en las colinas georgianas,
el río Aragva suena frente a mí.
Me siento triste y leve, mi pesar
se ilumina y está lleno de ti,
de ti, sólo de ti... Nada perturba
la aflicción mía, nada la conmueve,
y el corazón arde otra vez y ama
porque dejar de amar -eso no puede.
Yo te amé y el amor quizás aún
en mi alma no se extinguió del todo,
mas ese amor no volverá a inquietarte:
no te quiero afligir de ningún modo.
Yo te amé sin hablar, sin esperanza,
ya incierto, ya celoso, padecí;
te amé con tal verdad, con tal ternura,
que ojalá así te ame otro por mí.
En jardines callados, de noche, en primavera,
canta sobre una rosa el ruiseñor de oriente,
pero la rosa bella no lo escucha ni siente
y el himno enamorado la mece y adormila.
¿No cantas de ese modo a una fría hermosura?
¿no has pensado, poeta, en pos de qué te afanas?
Pues ella no te siente, no te escucha, poeta:
la miras -ya florece; la llamas -no hay respuesta.