30.7.09

Alejandro en el medio del camino (Robin Myers)

Soy sensato y estoy decepcionado, y ya no sé qué más
podría ser. Las manos se me están reblandeciendo. Corro peligro de
cumplir cuarenta y tres. Soy terco y, además, inteligente;
me paso todo el día acá sentado, quieto; planto eucaliptos en macetas,
y casi como un chiste, siempre crecen.
Aprendo rápido. Ahora mismo estoy aprendiendo francés. Creo que me enamoro
una vez por semana, por lo menos, y aun así me paso el día acá sentado.
Cada vez más, pongo la cafetera pero me olvido de cargarle el agua.
A la noche me duele la espalda al admitirlo.
Quiero desaprender a manejar. Tendría mucho que decir acerca
de mi casa a las tres de la mañana. Abrazo fuerte a mi hijo
hasta que al fin se duerme, y él me ciega, me para el corazón.
Esto no es una broma, tampoco una amenaza, amar de esta manera.
Quisiera irme, pero ¿cómo podría hacerlo? Tardo en desaprender.
Ahora estoy aprendiendo que mi vida
va a parpadear, apenas, como una llama al viento,
y que no habrá un calor abrasador ni una helada aplastante,
sino que la tibieza que pude conseguir o absorbí de algún lado
o fabriqué yo mismo o entregué seguirá su camino por sí sola,
sin importar si yo lo quiero o no. Lo quiero menos y lo quiero más que nunca.
Voy a seguir diciendo estas cosas por siempre.

27.7.09

El hilo (Denise Levertov)

Algo tira de mí muy suavemente,
de manera invisible y silenciosa:
un hilo, o una red hecha de hilos,
que es más delgada que una telaraña
pero igualmente elástica. Yo aún
no comprobé su resistencia. No
fue que mordí un anzuelo, que al clavárseme
me desgarró. ¿Habrá sido hace poco
que este hilo empezó a tirar de mí?
¿O fue hace mucho? ¿Habré nacido, entonces,
con este nudo alrededor del cuello,
unas riendas? No es miedo, sino un súbito
asombro lo que me hace contener
el aliento, al sentir un tironeo,
justo cuando empezaba a parecerme
que se había aflojado y ya no estaba.

23.7.09

Cavar (Seamus Heaney)

Entre mis dedos índice y pulgar
cargo la pluma fuente, como un arma.

Entra por la ventana un ruido áspero
–la pala que se entierra en la gravilla–
y me asomo: mi padre está cavando.

Mientras agacha la agobiada espalda
junto a las flores, vuelvo veinte años,
y lo veo inclinarse entre los surcos
de papas, donde él solía cavar.

Con una bota rústica apoyada
en la pala, luego calzaba el mango
en la parte interior de la rodilla,
e iba tirando de los largos tallos
y después con la punta reluciente
de la pala, que hundía hondo en la tierra,
separaba las papas que sacábamos.
Nos gustaba tenerlas en las manos
y sentir su dureza refrescante.

Por Dios, sí que sabía manejar
una pala, mi padre, igual que el suyo.

Mi abuelo era capaz de recoger
en un día más turba que cualquiera.
Una vez le llevé un poco de leche
dentro de una botella con su tapa
precaria de papel. Él se paró
para beber. Después volvió a agacharse
y se puso a cortar con gran esmero:
arrojaba terrones por encima
del hombro, sin cesar, mientras cavaba
y cavaba, buscando turba buena.

El frío olor del moho de las papas,
el chapoteo en la turba empapada,
el filo de la pala cercenando
las raíces, me vuelven a la mente;
y sin embargo, yo no tengo pala
para seguir a hombres como ellos.

Entre mis dedos índice y pulgar
cargo la pluma fuente.
Voy a cavar con ella.

20.7.09

Una canción de hadas (W. B. Yeats)

Cantada por el pueblo de las hadas para Diarmuid y Grania, en su sueño nupcial, debajo de un cromlech.

Nosotras somos viejas y felices,
más que viejas, viejísimas
miles de años, miles, miles de años,
si a todas nos dijeran:

Den a estos niños, vueltos hoy del mundo,
el amor y el silencio,
las largas horas donde cae el rocío,
y los astros del cielo:

Den a los niños, vueltos hoy del mundo,
descanso de los hombres.
¿Habría algo mejor, algo mejor?
Dígannos, pues, ahora:

Nosotras somos viejas y felices,
más que viejas, viejísimas,
miles de años, miles, miles de años,
si a todas nos dijeran.

16.7.09

El pastor apasionado a su amor (Christopher Marlowe)

Ven a vivir conmigo y sé mi amor,
y probaremos todos los placeres
que los montes, los valles y los campos,
y las abruptas cumbres nos ofrezcan.

Allí nos sentaremos en las rocas
a observar los rebaños y pastores,
junto a un riachuelo tenue, en cuyos saltos
músicas aves cantan madrigales.

Allí te tejeré un lecho de rosas
y un sinfín de fragantes ramilletes
y te haré una corona y un vestido
todo en hojas de mirto fabricado.

Te haré un tapado con la mejor lana
que nos puedan brindar nuestras ovejas,
y hermosas zapatillas para el frío
que han de tener hebillas de oro puro.

Un cinturón de paja y tiernos brotes,
con broches de coral y tachas de ámbar:
y si tales placeres te persuaden,
ven a vivir conmigo y sé mi amor.

Argénteos platos para los manjares,
igual de hermosos que los de los dioses,
en mesa de marfil serán dispuestos
para ti y para mí, todos los días.

En primavera, los pastores jóvenes
te halagarán con cantos y con bailes;
si conmueven tu alma estas delicias,
ven a vivir conmigo y sé mi amor.

13.7.09

¡Fuera, lujuria! (Robert Graves)

¡Fuera, lujuria! ¿No tienes vergüenza
de que tan pronto se menciona el nombre
de la Belleza o el Amor, encumbras
la cabeza, y observas, desafiante?

Mísero capitán, que te has jurado
llegar al fuerte para abrir la brecha,
sin importar por qué o a quién atacas,
¡ojalá en esa brecha halles la muerte!

El amor será ciego, pero al menos
distingue al hombre de la simple bestia;
y, aunque voluble, la Belleza pide
mayor delicadeza a su escudero.

Dime, insensato, cuyo solo orgullo
es tu tenacidad en la batalla,
¿desde cuándo eres hombre de talento,
y cultivas las ciencias y las artes?

Di, ¿la Belleza, con sus muchos dones
se plegará a tus atrevidas leyes,
o a tu corona jurará el Amor
fidelidad? ¡Fuera, lujuria, fuera!

8.7.09

1926 (Weldon Kees)

La luz del porche una vez más se enciende.
Principios de noviembre: hay hojas secas
apiladas, la hamaca de ratán
suelta un crujido. Llega, desde el patio,
el lejano sonido de un fonógrafo.

Una luna naranja. Veo las vidas
de mis vecinos, truncas, ante mí,
como las guerras que vendrán, y a R.
loco, a B. con un tajo en la garganta,
en Omaha, dentro de quince años.

Yo no los conocía en ese entonces.
Mi perro está rascando ahora la puerta.
Recién vuelvo de ver a Milton Sills
y a Doris Kenyon. Tengo doce años.
La luz del porche una vez más se enciende.

4.7.09

Traductor invitado

LEANDRO FANZONE TRADUCE A MICHAEL JOSEPH JACKSON


THRILLER



A la luz de la luna,
a medianoche un mal hay escondido,
falto de forma alguna;
detiene su latido
tu corazón y no sale sonido

de tu boca al gritar,
tan fuerte te ha tomado este terror.
No hay forma de escapar:
parada de estupor,
mirándote a los ojos el horror.

Porque es aterradora
la oscura noche y nadie se ha salvado
de la bestia que ahora
está casi a tu lado:
la noche criminal te ha acorralado.

Una puerta se cierra
de golpe, y no hay lugar donde correr.
Estás fría, te aterra
qué pueda suceder;
temes no poder ver amanecer.

Con ojos apretados
esperas que todo esto esté en tu mente,
mas pasos arrastrados
se escuchan claramente
detrás tuyo: el final es inminente.

Porque es aterradora
la oscura noche y no habrá segunda
ocasión salvadora
ante la bestia inmunda,
ante la criminal noche profunda.

Las nocturnas criaturas
llaman a los que han muerto al carnaval,
abren sus dentaduras
a la orgía brutal:
y escapar quién podrá al sino mortal.

Han salido a atraparte
muy cerca, en todas partes, donde mires:
listos para matarte
a menos que el dial gires:
si te poseen no habrá más porvenires.

Ahora es el momento
de que nos abracemos juntos fuerte
sentada en el asiento
del cine, tienes suerte
conmigo: serás salva de la muerte.

Aún más aterrador
no obstante que la noche puedo ser,
más amenazador
que un fantasma, mujer:
juntos en la peor noche por haber.

Las tinieblas toman todo,
medianoche está cercana.
Criaturas buscan humana
sangre reptando en el lodo,
entran de violento modo
al barrio, aterrorizando
a quien encuentren, y cuando
escapen de sus encierros
aullando infernales perros,
nadie huirá a su hado nefando:

con sus cuerpos descompuestos
divulgando un nauseabundo
olor que corrompe al mundo,
hieden a cuarenta infestos
milenios, de todos estos
ataúdes sale el mal
hambriento de tu final.
Pese a pelear por tu vida
tu cuerpo tiembla enseguida:
el terror vence al mortal.